Thursday, January 21, 2010

Mitigando Diferencias

Cada hombre tiene su lenguaje, la verdad que lo justifica en las entrañas de la tierra. La manera en que se comunica consigo mismo, con las personas que lo rodean, y con la naturaleza que lo abarca, define como plasma su conciencia en los nervios de la amalgama vital del que todos somos parte. Como una huella en el camino, su entidad es un surco en la ola del tiempo, capaz de arropar a los demás con la misma energía en que vislumbra al universo. En cada momento, tiene el poder de dividir, o de ensamblar. Puede querer, o puede odiar. Puede temer, o puede amar. Puede fulgurar en el espejo del alma la luminiscencia que brota de su interior, o puede reflejar el miedo que albergan sus incertidumbres. Como la luz de las estrellas, puede opacarse en el tedioso resplandor de la vida cotidiana, o puede engrandecerse en las penumbras de las noches sin luna. Al estar íntimamente conectado con los seres vivos que habitan el cosmos, tiene la enorme responsabilidad de escoger la energía que mas beneficie al resto. En cada pensamiento, en cada palabra, y en cada acción, yacen un millón de posibilidades.

Enmarcando las decisiones que lo definen, sus parámetros culturales son la estructura en la cual se afincan todos los cimientos de su libre albedrío. Como espejuelos que dibujan su visión del mundo, su bagaje cultural lo adhiere al grupo que pertenece, y le sirve de punto de referencia para ubicarse dentro de las dicotomías ideológicas que fragmentan a la especie humana. Aunque se considera libre, está atado a todas las preconcepciones que le fueron inmiscuidas desde su infancia. Por ende, sus pensamientos están contenidos en el molde de sus propias creencias, y para poder romper las paredes que limitan su visión, necesita una profunda transformación que calcine sus parámetros de la realidad, y con las cenizas, restaurar su perspectiva independiente de toda influencia. Si es capaz de lograrlo, la comunión consigo mismo y con los demás se amplificará en el espectro de la aceptación.

Una de las múltiples maneras de lograr este objetivo es perdiéndose en las llamaradas de otras culturas. En esta turbulenta edad, donde civilizaciones completas han desarrollado lenguajes opuestos para poder sobrevivir en las complejidades de sus circunstancias, más que nunca es necesario trascender los contrastes que nos apartan. Es por eso que en este atardecer, mientras los últimos rayos de luz penetran este pueblo anclado en la conformidad de sus preceptos, soy un árabe más. Unas semanas atrás, mi lenguaje dentro de este grupo de hombres no era comprendido. Al no haber sido parte del proceso evolutivo que ha definido a estos hombre que mastican la tarde suspendidos en las raíces de sus pensamientos, reinventarme ha sido necesario. Mis principios culturales siguen arraigados en la esencia de mi ser, pero ya no me considero prisionero de la vagina cultural del cual fui concebido. Es por eso que esta tarde ha desvelado la razón principal por la cual el destino me ha encaminado en esta travesía: Por primera vez los rostros velados han dejado de impresionarme, ya que detrás de cada rostro oculto se esconde un hermoso corazón palpitante, capaz de manifestar la luz que enjaulan sus vestiduras. Detrás de cada hombre se esconde un imperio, dispuesto a compartir la ultima migaja de pan que le ha traído la noche, sin importarle de donde vengo ni adónde voy. Mientras el siglo XXI sigue arrastrándonos a los pies de sus despiadadas intenciones, ha llegado la hora de trascender nuestras propias verdades para poder vislumbrar las verdades universales que definirán nuestro destino. Y la única verdad es que la misma sangre corre por nuestras venas, la misma conciencia resplandece en nuestras almas, y el mismo amor está en nuestras manos. Ya solo depende de nosotros el uso que le demos.

Monday, January 18, 2010

Morder el Vacio

Hay algo que se desnuda etéreo detrás de cada pensamiento, insostenible, remotamente sutil, como un imán que no quiere ser descubierto, pero cual atracción es demasiado obvia para mantenerse en silencio. El alma siente la cruz de la inercia corroerse en el vaivén de los minutos incinerados, mientras coge impulso para salir disparada hacia los confines del universo. El crepúsculo de lo conocido ya se asienta en la lenta desesperación que muere fecundamente en una rotunda decisión: a fuerza de mordidas desprenderse de lo conocido para lanzarse de lleno al insondable océano de lo incógnito. Para no morir en la seguridad de sus propias cadenas, el hombre necesita reinventarse en el mar del arrojo, de la fuerza, de la conquista interna, y alzarse merecidamente en el inmortal pico del coraje para gritarle al universo que nada lo puede vencer. En esta combustión, el hombre se deshace de todo lo que había obstaculizado su camino hacia la sabiduría, y como una oruga que yacía moribunda en la faz de un viejo roble, un día se despierta para percatarse que aquel peso muerto que sentía en sus espaldas eran alas. Luego de desmenuzar las despiadadas sombras de lo desconocido, el temor que yacía indeleble en el mismo misterio que lo impulso a lanzarse se diluye en la realización de que el miedo era fruto de su propia creación. La luz de la realidad disipa lo que una mente temerosa no puede percibir: que desde que encendemos las luces, detrás de la negrura que nos había torturado, solo se esconde el tesoro de una condición inmutable, moldeada exclusivamente por aquellas ideas con que la concebimos. Para poder desterrarla, solo hace falta saber que esta allí, esperando a que algún día transmutemos nuestra perspectiva y comprendamos que todos los caminos habían estado abiertos, y que lo único que seguía frenándonos eran nuestras propias creencias.

Mientras regresaba al Medio Oriente luego de unas merecidas vacaciones, la situación que había dejado atrás había cambiado drásticamente. Aquel intervalo de días que había embozado a mi isla en el jolgorio del regocijo, había encubierto a Yemen con la sangre de ochenta difuntos, sacudiendo el avispero de la xenofobia y el desdén. Aunque en mi viaje de regreso estaba consciente de esta desgraciada realidad, mis arterias no se constreñían en las carencias de las dudas. Ya conocía aquella tierra de grandes corazones, de almas dispuestas a atravesarse en la línea de fuego, de preocuparse por un hermano que pertenecía al otro lado, pero que sin duda se había hecho parte esencial del paisaje. Como cuando la tierra absorbe lo que no le pertenece, y luego de de separar el objeto en sus elementos básicos, se da cuenta que aquel extraño objeto siempre le había pertenecido. El cordón umbilical que se había mantenido nutriéndome en la ilusión de mi propio confort ya había sido triturada. Por esta razón regresé. No tenía otra opción.

Todo esto aparte, había regresado por otra razón. Luego de más de seis meses conviviendo con la constelación cultural más pura del medio oriente, el corazón palpitante del mundo árabe se me había desnudado en carne viva. En su condición esencial, el yemenita no conoce puntos medios. El mundo es un lienzo en blanco y negro, donde los colores se disipan en las garras del imperdonable desierto y el azul infinito del cielo. En su verdad no hay espacio para las incertidumbres, y debido a la precisión matemática de sus convicciones espirituales, sus credos han sido capaces de conquistar el mundo. Sus rutinas son indestructibles, ya que sus días giran en torno a las cinco vertebras cardinales que forjan su ciclo vital: el llamado a la oración. Los espacios intermedios son colmados con la austeridad que conlleva vivir bajo las disposiciones del fundamentalismo más puro. Su visión universal acepta solamente aquello que alimenta su cultura, resistiéndose a las ideas que podrían enmarañar su visión de la realidad. El concepto de la privacidad en la vida pública no existe, ya que las acciones de los demás tienen que tener la integridad suficiente para poder ser vislumbradas por todo el resto. En otro extremo, la discreción absoluta que rodea al cosmos femenino no es equiparada con ninguna otra cultura del planeta tierra. Las pocas ventanas que adornan las casas, y la cantidad de sabanas que cortan los espacios vacios, son el fruto primordial de una sociedad que hace todo lo posible para evitar perderse en el encanto universal de la belleza femenina. Como si el hechizo lujurioso que provoca una mujer hermosa significara la perdición total y absoluta del vulnerable espíritu masculino. Teniendo todo esto claro, y habiendo aceptado las reglas y fundamentos que componían la cultura local, ya conocía las teclas que hacían brotar las sonrisas en los rostros ajenos, y sabía a ciencia cierta cuáles jamás traer a flote, a expensas de mi propia seguridad. Y he aquí la paradoja del valiente antropólogo: perderse a sí mismo para mantenerse a flote en las aguas turbulentas de lo foráneo, y en el intermedio, poder descubrir la naturaleza de sus propias verdades mientras la contrasta con las verdades de otro. Como cuando un grito penetra el silencio para hacerse consciente de la fuerza de su propia intensidad, y volverse ahogar en la afonía absoluta de donde surgió habiéndose conocido a plenitud. Y es así como nos volvemos hombres.

Friday, January 15, 2010

Las Fisuras del Deseo: Dinámicas de Genero en el Reino de Saba

Así como la niebla se desnuda incógnita ocultando lo que yace en su interior, el amor en tierra Yemenita es una fuerza que se redime en privado, atestiguado únicamente por las paredes que comparten su secreto. Las mujeres caminan por las calles en universos paralelos, donde la presencia del género masculino se ha desvanecido en las fisuras de la indiferencia y en la oscuridad de la vergüenza. En público, las demostraciones amorosas son reservadas única y exclusivamente para individuos del mismo género, revelándose pintorescamente en costumbres como caminar tomado de las manos y saludarse besándose el cuello. En Hays, Yemen, el pequeño poblado donde resido, la dinámica de pareja es sumamente compleja. “¿Es cierto que si ves a tu esposa en la calle no la puedes saludar?”, le pregunto confuso a Bakheel, que acaba de escupir el Qat que cobijaba su boca desde temprano. “Pues no se debe”, me responde con la serenidad típica de los habitantes del Tihama. “Lo que complica el asunto es que al llevar el velo facial, ningún hombre de la comunidad conoce a mi esposa, y por ende, si me ven hablando con cualquier mujer, queda la duda de con quien hablaba. Imagínate, pueden hasta pensar que platicaba con sus esposas, lo que conllevaría un serio problema!, me explica humoroso, desvelando las connotaciones más sutiles de convivir con el anonimato del genero opuesto.

El sexo, aquella magnánima fuerza capaz de mover montañas, se atraganta en el recelo de los tabúes, como un volcán sellado incapaz de explotar. Los hombres solteros sueñan intensamente con la idea del matrimonio, la única manera de canalizar su voraz apetito sexual. Las mujeres, por ser víctimas de la mutilación genital, la cual se práctica hoy en día en algunas regiones de Yemen, imponen su glacial actitud frente al sagrado acto. Combinado con el temor que se les imbuye desde pequeñas, generalmente para prevenir embarazos no deseados que deshonrarían a la familia, la sociedad Yemenita se balancea entre la exasperación de la represión y el desborde de testosterona que rigen los asuntos masculinos. Es por esto que bajo las superficies de las rutinas diarias, se esconde un universo secreto regido por las frustraciones y exaltaciones de un pueblo incapaz de eyacular su hambre de deseo.

Rituales Polémicos: La ‘Circuncisión’ Femenina en Tierra Yemenita

“¿Abdullah, cuales son los efectos de la mutilación genital femenina?”, pregunto con cara de ingenuo, tratando de descubrir las razones que abalan este cruel hábito. “Como ya sabrás, aquí en el desierto del Tihama el calor es inaguantable”, comienza a explicarme Abdullah, visiblemente incómodo mientras comienza abordar el controversial tema. “Por ende, en un intento de aplacar el incontrolable deseo sexual que sienten las mujeres mientras están sujetas a estas altas temperaturas, muchos de los habitantes del Tihama prefieren que sus mujeres estén ‘circuncidadas’ para así no dudar de su fidelidad”, me explica convencido, como si estuviera recitando un libro de medicina. “¿Y a tu hija, ya la circuncidaron?”, pregunto atrevidamente, empujando al limite la confianza que hemos cultivado en los últimos meses. “Pues sí, aunque solo un pedacito”, me confiesa avergonzado.

Aproximadamente un cuarto de las mujeres Yemenitas han sido víctimas de la mutilación genital. En las zonas costeras aledañas al Mar Rojo, adonde se encuentra el pueblo que me ha resguardado por más de seis meses, casi un 90% de las mujeres están mutiladas. Varios estudios aseguran que esta costumbre no es oriunda de Yemen, y que ha sido introducida por inmigrantes provenientes de Somalia y otros países de África del Este, donde la costumbre se asienta desde hace milenios. Debido al extremo conservadurismo cultural, la práctica encontró tierra fértil en Yemen, donde se ha mezclado con algunas tradiciones ortodoxas Islámicas. Algunas de los problemas a corto plazo relacionados con la práctica incluyen hemorragias, infecciones, retención urinaria, y dolor prolongado. Otros problemas incluyen depresión y ansiedad. Muchos de los defensores de la práctica aseguran que es un elemento clave en la realización como mujer. Otros tratan desesperadamente de buscarle explicaciones teológicas, exaltando que vuelve a las mujeres más puritanas y más nobles. Aunque el gobierno Yemenita no prohíbe esta costumbre, mediante un decreto estipulado en enero del 2001, la práctica ha quedado prohibida en las clínicas y hospitales. Nueve años después, las Rayissas (mujeres que se especializan en el procedimiento) abundan en Yemen, y la práctica todavía prevalece en la cultura local.

“El Corán no menciona este fenómeno”, me explica convencido Hassan, que se casó con una mujer de la sierra, adonde se condena la práctica. “Gracias a Dios mi mujer no está ‘cortada’”, afirma vigorosamente mientras escucha a algunos quejándose de la apatía de sus esposas. “Les confieso, a mi mujer le encanta tomar la iniciativa”, anuncia orgulloso, exaltando la indiscreción que lo caracteriza mientras los demás lo miran espinosos, como si poseyera la llave de una dimensión desconocida. Mientras el grupo de hombres se sumerge enajenado en el etéreo atardecer desértico, los secretos del Reino de Saba se vuelven a ocultar bajo las sombras de la modestia. Sin duda, estaré esperando a que vuelvan a salir a flote.

Wednesday, January 13, 2010

Creando Realidades

Desde Estados Unidos

“Al-Qaeda ha transformado al mundo moderno”, comentaba el orgulloso profesor, que tras dos décadas de investigación en el Medio Oriente ahora profesaba sus conocimientos al alborotado grupo de adolescentes en la Academia de Estudios Secundarios de Mississippi. “Aquel día fue mágico. Todos estábamos paralizados frente al televisor; pasmados, engrifados, las lágrimas corriendo por aquella malvada década que terminaba con una rosa alzada al cielo y un llamado a la compasión. Aquellas imágenes de los temidos barbudos hincados frente a las cámaras, pidiéndole perdón a la humanidad por haber utilizado la violencia en su lucha contra la opresión y el despotismo, hoy en día les permite a ustedes disfrutar de privilegios que mi generación nunca soñó. El Imam Rajiya, sin saberlo, se había humildemente convertido en el hombre más influyente del siglo XXI”, explicaba el inflamado profesor, que degustaba aquella experiencia como si la estuviera reviviendo frente a los embelesados estudiantes. “De alguna misteriosa forma, logró convencer a las treinta mil mentes belicosas que componían la organización que de la única manera en que iban a lograr sus metas era utilizando el amor como principio básico. Con su larga barba blanca y su gloriosa silueta mesiánica, había logrado reunir a la gran mayoría de los cabecillas en Hays, Yemen, donde en un acto que conmovió al mundo, lanzó más de siete mil armas largas en un profundo pozo adonde quedó enterrada la violencia que le había puesto fin a más de diez mil vidas. Aquel revolucionario suceso desató una profunda permutación en todas las organizaciones radicales de la época, y sin darnos cuenta, grupos terroristas de todo el mundo, desde Colombia hasta Pakistán, decidieron hacer lo mismo”.

Desde Yemen

“El mundo musulmán nunca soñó ser la punta de lanza en la búsqueda de la paz mundial!”, expresaba encandilado el Imam Rajiya frente a la multitud que se había congregado en la plaza principal de Sana’a. “Nuestro profeta Mahoma siempre lo dijo: el Islam es la religión de la armonía”, vociferaba enérgicamente mientras la muchedumbre afirmaba orgullosa con la mano derecha en el corazón y la izquierda apuntando al cielo con la rosa que había desatado al movimiento. “Somos y seremos los impulsores de la verdadera fe: aquella que solo conoce la tolerancia y el amor”, exponía mientras Barack Obama aplaudía briosamente desde la mesa diplomática, donde los líderes de la FARC Colombiana, los del movimiento Shabab Somalí, y los Talibanes Afganos se encontraban cautivados. “De ahora en adelante comienza una nueva etapa en la historia de la humanidad”, decía esperanzado el Presidente Obama, rindiéndole honor al Nobel de la Paz que le habían concedido unos años antes. “Así como todas las organizaciones radicales de la época y países como Irán y Corea han desmantelado sus complejos militares, los Estados Unidos de América, pionero ideológico de los conceptos democráticos y fundadores de la ‘sociedad evolucionada’ , le prometemos al mundo que a partir de mañana desmantelaremos todas las instalaciones militares y complejos nucleares de nuestro país. Le quiero agradecer al Imam Rajiya por haber tomado la iniciativa de unir por primera vez al mundo occidental y al mundo musulmán. Quiero confesarles que la manera en que tratamos de solucionar nuestros problemas en el pasado no fueron las más inteligentes, pero les aseguro que de ahora en adelante una nueva página ha sido desvelada, y les cercioro que nuestro futuro ya no lo podremos vislumbrar sin ustedes. Queda inaugurada la próxima evolución!”.

Continuara...

Creando Realidades

Desde Estados Unidos

“Al-Qaeda ha transformado al mundo moderno”, comentaba el orgulloso profesor, que tras dos décadas de investigación en el Medio Oriente ahora profesaba sus conocimientos al alborotado grupo de adolescentes en la Academia de Estudios Secundarios de Mississippi. “Aquel día fue mágico. Todos estábamos paralizados frente al televisor; pasmados, engrifados, las lágrimas corriendo por aquella malvada década que terminaba con una rosa alzada al cielo y un llamado a la compasión. Aquellas imágenes de los temidos barbudos hincados frente a las cámaras, pidiéndole perdón a la humanidad por haber utilizado la violencia en su lucha contra la opresión y el despotismo, hoy en día les permite a ustedes disfrutar de privilegios que mi generación nunca soñó. El Imam Rajiya, sin saberlo, se había humildemente convertido en el hombre más influyente del siglo XXI”, explicaba el inflamado profesor, que degustaba aquella experiencia como si la estuviera reviviendo frente a los embelesados estudiantes. “De alguna misteriosa forma, logró convencer a las treinta mil mentes belicosas que componían la organización que de la única manera en que iban a lograr sus metas era utilizando el amor como principio básico. Con su larga barba blanca y su gloriosa silueta mesiánica, había logrado reunir a la gran mayoría de los cabecillas en Hays, Yemen, donde en un acto que conmovió al mundo, lanzó más de siete mil armas largas en un profundo pozo adonde quedó enterrada la violencia que le había puesto fin a más de diez mil vidas. Aquel revolucionario suceso desató una profunda permutación en todas las organizaciones radicales de la época, y sin darnos cuenta, grupos terroristas de todo el mundo, desde Colombia hasta Pakistán, decidieron hacer lo mismo”.

Desde Yemen

“El mundo musulmán nunca soñó ser la punta de lanza en la búsqueda de la paz mundial!”, expresaba encandilado el Imam Rajiya frente a la multitud que se había congregado en la plaza principal de Sana’a. “Nuestro profeta Mahoma siempre lo dijo: el Islam es la religión de la armonía”, vociferaba enérgicamente mientras la muchedumbre afirmaba orgullosa con la mano derecha en el corazón y la izquierda apuntando al cielo con la rosa que había desatado al movimiento. “Somos y seremos los impulsores de la verdadera fe: aquella que solo conoce la tolerancia y el amor”, exponía mientras Barack Obama aplaudía briosamente desde la mesa diplomática, donde los líderes de la FARC Colombiana, los del movimiento Shabab Somalí, y los Talibanes Afganos se encontraban cautivados. “De ahora en adelante comienza una nueva etapa en la historia de la humanidad”, decía esperanzado el Presidente Obama, rindiéndole honor al Nobel de la Paz que le habían concedido unos años antes. “Así como todas las organizaciones radicales de la época y países como Irán y Corea han desmantelado sus complejos militares, los Estados Unidos de América, pionero ideológico de los conceptos democráticos y fundadores de la ‘sociedad evolucionada’ , le prometemos al mundo que a partir de mañana desmantelaremos todas las instalaciones militares y complejos nucleares de nuestro país. Le quiero agradecer al Imam Rajiya por haber tomado la iniciativa de unir por primera vez al mundo occidental y al mundo musulmán. Quiero confesarles que la manera en que tratamos de solucionar nuestros problemas en el pasado no fueron las más inteligentes, pero les aseguro que de ahora en adelante una nueva página ha sido desvelada, y les cercioro que nuestro futuro ya no lo podremos vislumbrar sin ustedes. Queda inaugurada la próxima evolución!”.

Continuara...

Sunday, January 10, 2010

Torres de Babel

Luego de seis meses conviviendo íntimamente con el ancestral y olvidado cosmos Yemenita, la hora de montarse de nuevo en la máquina del tiempo había llegado. El largo y tedioso viaje a la capital, recorriendo las traicioneras montañas que separan a Sana’a del humilde desierto, fue coronado con una goma pichada y un chofer quejoso de los cigarrillos que fueron encendidos durante el camino. El aeropuerto urbano, la entrada y salida a la milenaria caja de pandora, me esperaba sin presunciones. Mientras sobrevolaba el desolado paisaje, que a diez mil pies de altura parece un reino medieval intocado por el paso del tiempo, el perpetuo panorama de montañas escalonadas y poblados remotos se despedía animosamente con la estándar turbulencia que simboliza todo lo que fue, todo lo que es, y todo lo que será el Medio Oriente. Mientras dejaba atrás el nervio volcánico de aquella desprendida sociedad, ya comenzaba a sentir el peso de su ausencia. Mientras el Boeing 767 se balanceaba nerviosamente sobre la soledad del despejado cielo, Arabia Saudita se desnudaba intachable, dejándonos entrever la Sagrada Meca, reservada únicamente para los que han aceptado la religión de Mahoma en su corazón. Unas horas después, pasada una sumersión total en los brazos de Morfeo, el avión aterrizaba intacto en el Cairo. Mientras entraba a la terminal, el mundo que había dejado atrás se manifestaba en carne viva. El chocante encuentro de volver a presenciar a hombres y mujeres sumergidos en el caos del mundo moderno, tratando con ganas de orgullosamente manifestarle su belleza al universo, provoco en mí unas cuantas lágrimas de emoción. Hasta ese perentorio momento no me había dado cuenta de la dimensión que me había resguardado los últimos meses. Sin duda, el Reino de Saba se había incrustado en mi corazón inmensurablemente. Me sentía como si me hubieran entregado las llaves de un reino prohibido, y al volver a la civilización moderna, profesarme cómplice de amparar aquel último tesoro de la humanidad. Ya en camino hacia la capital del mundo, Nueva York, la recóndita atmosfera Yemenita parecía un velo de humo que se irradiaba mansamente en las reminiscencias de vidas pasadas. Antes de llegar, sabía lo que me esperaba. “¿Que hace un Dominicano con pasaporte Americano residiendo en Yemen?, me pregunta la agente de inmigración, que me olfatea de pies a cabeza esperando percibir algún rastro de pólvora. “Pues trabajando”, le respondo con la típica sequedad del viajero abatido. “Pase por aquí caballero”, me indica sospechosa. Mientras me dirijo al cuarto de los acusados, una decena de rostros familiares me dan la bienvenida con una indignada expresión y con un ligero espasmo facial. Al parecer, todos aquellos que veníamos de Yemen nos encontrábamos allí, incluyendo dos hermanos de doce y catorce años que se habían sentado a mi diestra. “¿Y por qué carajo tenemos que pasar por esto?”, pregunta el hermano menor. “Parece que creen que todos somos terroristas”, responde irritado el hermano mayor, que esparce su colérica indignación con cada gesto. “¿Sabes tú porque estamos aquí?”, me pregunta iracundo. “¿Al parecer, todos los que venimos de Sana’a nos encontramos aquí, no se han dado cuenta?”, le respondo calmado. “Esto es estúpido!”, irrumpe el rabioso adolescente. Mientras los oficiales se disponen a cuestionar a los jóvenes, sus cuerpos temblorosos y sus rostros consternados jadean mientras son hostilmente confrontados por los oficiales. Como si nacer en Yemen constituía un crimen por la cual de alguna forma u otra ellos debían pagar. “¿İY usted, que hace en Yemen!?”, me pregunta el oficial arrebatado, tratando de encender el coraje que había ido acumulando al observar aquella carnicería moral. Luego de una docena de preguntas, todas formuladas para traer a flote lo peor de mi depurada personalidad, los oficiales dedujeron que mi historia era verídica, y me dejaron continuar mi camino. Mientras me dirigía alegremente hacia mi jubilosa tierra, el único pensamiento que me seguía abrumando era la callosa realidad de que el temor corona desgraciadamente nuestras relaciones con el mundo musulmán. Al final, lo único que nos podrá salvar es la realización de que ellos están tan asustados como nosotros, y que de la única manera que podremos entendernos será exaltando nuestra común humanidad: Colocando en la mesa de negociación la paz, la tolerancia, el amor, y la comprensión.

Friday, January 8, 2010

Circulos Viciosos

Noches de Venganza: La Creación del Terrorismo en Medio Oriente

El atardecer se diluye en una breve cadencia anaranjada, dejando atrás las sombras que ahogan el pequeño poblado de Abyan. Los niños ya han dejado de jugar y se dirigen a sus albergues para mitigar el hambre que aúlla en silencio desde sus frágiles vientres. Un eco divino surge de la mezquita local, señalando la última oración del día, sumergiendo al pequeño grupo de almas que conviven en la desolación de aquel infinito lugar en el éxtasis de la devoción. Mohamed Abdul regresa del colegio cansado. Diariamente camina los siete kilómetros que separan a su pueblo de la escuela más cercana. Durante esa hora el viento fogoso moldea el mar de arena que arropa su aldea, causando que su visión se estreche mientras divaga en el letargo de sus pensamientos. Aquel atardecer, consternado cavilaba en la tendencia anti-americanista que recientemente había comenzado a envenenar a varios de sus familiares y amigos. Como podía olvidar el momento en que su primo Ahmed trataba de convencerlo de que el camino más seguro de vencer a los ‘infieles’ y a los ‘cruzados’ era hacerles pagar por toda la sangre que habían derramado en sus solitarias tierras. “Ayúdame a fabricar estos explosivos Mohammed”, le decía con firmeza, mientras sus ojos divulgaban la insondable frustración de haber nacido en un lugar donde las oportunidades son casi inexistentes. Como olvidar el día cuando oyó la explosión que le puso final a la vida de su primo mientras le daba los últimos toques a su invento fatal? Mientras se acercaba a su poblado, que a luz de la luna parecía más bien una visión fantasmagórica procreada por las entrañas de la aridez más despiadada, recordaba nostálgicamente los tiempos pasados. Las épocas en las cuales la inocencia reinaba majestuosamente en la humildad de su primitiva comarca. Cuando el nombre de Al-Qaeda era solo el murmuro en algún viejo radio que le tosía sus pesquisas a un grupito de curiosos. Cuando la ponzoña de una venganza absurda todavía no se había apoderado del alma de su pueblo. En la distancia, Mohammed observaba enajenado las luces de las fogatas que trataban fallidamente de combatir el frio de diciembre, que sin saberlo dotaban al poblado de un aura sigilosa. Como si aquellas luces reflejaran todas las esperanzas de su empobrecida comarca, que desde hacía un tiempo se había perdido en la oscuridad del desagravio. “Qué bueno que has llegado temprano”, le expresa su madre mientras señala la cena que acaba de servir. “Escuchas eso madre?”, pregunta Mohammed turbado. “El qué hijo mío?”, su madre responde alertada. “Parece el sonido de un…”. Antes de poder acabar la oración, un estallido monstruoso revienta la pequeña comarca de Abyan. Mohammed es lanzado veinte metros y yace inconsciente en la templada arena. Un fuego apocalíptico se mezcla con la sangre que se ha vertido sorpresivamente sobre el adormilado poblado. El caserío que una vez fue, ya solo es barro, sangre, y arena. Mohammed se levanta aturdido, arropado por el fuego que casi lo consume. A pocos metros, su madre yace pálida, sus ojos todavía amorosos luego de haber visto a su hijo llegar a casa sano y salvo. Mientras se levanta sangriento, Mohammed observa a su pueblo convertido en un cementerio abierto. Los cuerpos sin vida de todas las personas que adornan sus recuerdos ya solo son el espejismo de una noche infernal. Sin saber lo que ha pasado, comienza a correr hacia Khanfar, el poblado más próximo. Mientras sus lágrimas se mezclan frenéticamente con la sangre que despliega su rostro, por fin entiende aquella causa que había obsesionado a muchos de los hombres de su pequeño poblado. Aquella noche interminable, mientras corría desahuciado por el perpetuo desierto, Mohammed juro vengarse para algún día poder volcarle su sufrimiento a los culpables de esta matanza.

Un Pueblo Abatido

El 17 y el 24 de diciembre, los Estados Unidos llevaron a cabo dos ataques en las provincias de Abyan y Shabwa. En estos ataques murieron alrededor de 75 personas, la gran mayoría inocentes que fueron sacrificados para poder alcanzar a supuestos terroristas afiliados a la red mundial de Al-Qaeda. El 25 de diciembre, un nigeriano partió hacia Detroit con el fin de vengarse del brutal ataque, y fue atrapado antes de poder llevar a cabo su propósito. Mientras el mundo se indigna frente al cuasi atentado del nigeriano, el pueblo Yemenita es responsable de limpiar la sangre que quedó derramada en la aridez de su desolada tierra. Mientras prendo la televisión junto a mis colegas de Hays, y observamos en silencio a Obama criticando a la inteligencia americana por no haber agarrado al nigeriano antes de montarse en el avión, los ojos de mis compañeros gritan en silencio todas las verdades que constantemente les demuestra que la sangre occidental es más cara que la sangre musulmana. ¿Y es que no nos damos cuenta que todos somos víctimas de estos feroces ataques? Mientras el mundo Occidental es forzado a vivir bajo las sombras del temor, el pueblo Yemenita se sumerge más en la pobreza de su infecundo paisaje. Aparte de destruir totalmente la industria turística y alejar las inversiones extranjeras, factores que afectan grandemente a los 23 millones de personas que sobreviven en este rincón de la península arábica, estos ataques le sirven de motivación a cientos de individuos que andan en busca de darle significado a sus abatidas vidas. Mientras tanto, mi condición de vida en Yemen se ha restringido enormemente, teniendo que informarle al jefe de la policía local y a la ONG para la cual trabajo de todos mis movimientos. İ Ya es hora de que nos acerquemos en amor a estos pueblos, para poder brindarles los conocimientos que nos han permitido alcanzar los niveles de desarrollo que ellos buscan desesperadamente!. En vez de seguir engendrando el círculo vicioso de la violencia interminable, es hora de que recibamos al mundo musulmán con el corazón abierto, con la paz y la tolerancia como emblema, y listos para enfrentar el futuro tomado de las manos. No tenemos otra opción.