Monday, March 29, 2010

De Bares, Temores, y Extranjeros

“Coffee Trader” es una cafetería en Sana ‘a donde la gran mayoría de extranjeros se reúnen a beber café mientras discuten el cómo y el porqué de las circunstancias que lo han traído a Yemen. Algunos trabajan en empresas petroleras, mientras otros trabajan en compañías que le rinden servicios a estas empresas. Hay un alto porcentaje de estudiantes del idioma árabe que vienen al Medio Oriente a quejarse constantemente de la cultura, mientras otros andan fascinados por todo lo que perciben sus sentidos. Están los que trabajan en las diversas embajadas, generalmente ahogados por el sinnúmero de reglas que se balancean sobre sus espaldas. Estos pobres infelices andan desahuciados con la cultura del miedo y la prohibición, siéndoles imposible salir del perímetro de la capital, y obligados a adoptar un horario basado en la teoría del caos, todo para confundir al posible enemigo que sea capaz de hacerle daño si su horario fuera predecible. Aparte de los supuestos radicales que vienen a Yemen a recibir clases de “Terrorismo 101”, estamos los que trabajamos en ONG’s, los que han llegado al Medio Oriente “a ver qué pasa”, y aquellos que vienen tratando de descubrir las raíces de su religión. Los extranjeros viviendo en Yemen son expertos rompiendo las reglas que rigen al resto de la población. Cada quien tiene su “traficante” que le provee alcohol, y su contacto que le consigue carne de cerdo. Algunos son expertos inventándose historias para poder convivir con sus novias, el caso más histriónico siendo el de Yosef.

El Iraquí radicado en Sana’a ya tenía dos meses conociendo a una filipina que le había propuesto su habitación para poder compartir su amor mas deliberadamente. El hecho de estar frustrado por no poder llevarla a su hogar ya que su aguerrida madre le daría un ataque al corazón, y estar imposibilitado de llevarla a un hotel ya que en Yemen tienen la odiada costumbre de pedir certificados de matrimonio a todas las parejas que tratan de conseguir una habitación donde desahogar sus pasiones, Yosef decidió mudarse con su mujer, y para lograrlo hizo lo imposible. Luego de conseguir un pasaporte filipino y presentárselo al propietario del inmueble, Yosef, que podría ser el prototipo del árabe en Medio Oriente, vendió su historia y se mudó con su mujer. Luego de trabajar en las olimpiadas especiales, Yosef fue entrevistado en la televisión nacional, donde totalmente olvidó su peculiar situación, y decidió anunciarles a sus entrevistadores que era un orgulloso ciudadano Iraquí. Al terminar la entrevista, y darse cuenta de la estupidez que había cometido, corrió a su hogar, se subió al techo, y con un bate de madera destruyó las parábolas de televisión de los dueños del apartamento. “No podía arriesgar mi situación de vida akhy (hermano)”, me comentaba entre risas mientras degustábamos de un ‘caramel machiatto’ en el corazón de Sana ‘a.

Aparte de algunos establecimientos en los hoteles de lujo, reservados casi exclusivamente para saudíes multimillonarios, la población extranjera en Sana’ a solo tiene un lugar donde aliviar sus penas: El Club Ruso. Acudido por los personajes más furtivos de todo Yemen, incluyendo prostitutas somalíes y capos de Etiopía, el club Ruso es el centro espiritual de los desalmados de Sana’ a. Las luces rojas que adornan el establecimiento, y el ‘Eurotrash’ que despiden las bocinas, hacen que el lugar despida un ambiente de prostíbulo soviético, donde las carnes se unen en el ensordecedor ambiente saturado de humo de cigarrillo. Por motivos de seguridad, el establecimiento se encuentra en la denominada ‘ciudad turística’, totalmente fuera de límites para los yemenitas musulmanes. En esta zona amurallada de Sana’a conviven todos aquellos considerados ‘elementos peligrosos’, como algunos embajadores y oficiales de alto nivel, y aquellos valientes judíos yemenitas que han decidido no marcharse de su país de origen.

Aunque la población extranjera residiendo en Yemen raramente se mezcla con hombres y mujeres locales, de vez en cuando algunos valientes deciden arriesgarse. A pesar de decenas de matrimonios exitosos que se han dado entre extranjeros y Yemenitas, existen casos que sacan a flote lo peor de un país sumergido en las vigas de sus creencias. Qabi, una filipina que se aventuró a casarse con un Yemenita mientras los dos residían en Dubái, llegó a Yemen hace cinco años, locamente enamorada de su príncipe azul. Luego de cuatro años de matrimonio múltiples abusos de parte de su marido, Qabi decidió divorciarse y regresar a su país con sus dos niños. Sin poder recurrir a la ley, su esposo le incauto sus dos hijos y hasta el día de hoy solo los puede ver cuando él decide. Hace unos meses, Qabi y su ex-esposo tuvieron una discusión y este le prohibió verlos por más de tres meses. “Solo estoy esperando ganar suficiente dinero para escaparme con los dos. Ese desgraciado no ve va a ganar esta batalla”, me comenta amargamente mientras degustamos de un “Sneakers Latte” en el jardín de Coffee Trader, sus ojos rebozando la impotencia y la ira de estar atascada en un país que no reconoce sus derechos.

En estos días tuve un sueño que ejemplifica el temor que sentimos la mayoría de extranjeros que vivimos en este país con relación a las mujeres locales: Estaba en una casa enorme, donde aparentemente vivía, muy parecida a las mansiones que resguardan a los embajadores y directores de alto nivel. De repente, alguien toca la puerta desesperadamente, y cuando la abro, una mujer desvelada me saluda cariñosamente. Sin darme cuenta, nos estamos besando en medio del salón, sintiendo la presión de nuestras carnes que revientan de placer. Súbitamente, un estruendo revienta la puerta, y una tribu armada hasta los colmillos nos separa violentamente mientras trato de explicarles que la que vino a mi casa fue ella. Mientras me despierto en mi pueblo desértico, el calor derritiendo cada centímetro de piel, me doy cuenta que tengo demasiado tiempo viviendo en Yemen. En que otro lugar del mundo esos sueños no constituyen fantasía? Afganistán? Es posible.

Saturday, March 6, 2010

Boda Somali: Ilusiones y Esperanzas


Esta noche la sombra de la muerte, aquel ángel exterminador que acecha despiadadamente a Somalia, ha decidido disiparse momentáneamente para unir a dos almas exiliadas. La tierra que los ha albergado gran parte de sus vidas se ha convertido en el escenario principal del evento más memorable de su historia como pareja, irónicamente propulsando su unión mientras su tierra se fragmenta cada día más. La bandera Somalí se despliega orgullosamente sobre el mueble que guarece al matrimonio, paradójicamente representando todo lo opuesto a la realidad que yace detrás de su pacifico azul, que simboliza la paz en una nación destrozada por la violencia, y una estrella blanca que alude a las cinco tribus de Somalia unidas en armonía. Nada puede estar más lejos de la realidad. Mientras tanto, el aire está saturado de voluntades alegres que se mueven al ritmo de percusiones tradicionales. Algunas mujeres han decidido vestirse con los mismos colores de aquella bandera, la enorme estrella blanca sobre sus esperanzados pechos, y el azul del cielo encubriendo sus enérgicos cuerpos que parecen moverse con vida propia, dándole vida a cada resoplo de las tamboras, y a cada nota que se desnuda sobre la tarima.

Serán de la misma tribu? me pregunto en silencio, mientras un grupo de mujeres somalíes se sientan a mi lado. Sus esbeltas figuras, emancipadas del más mínimo rastro desmañado, se pasean imperiosamente sobre el salón, magnéticamente atrayendo todas las miradas que se derriten a su alrededor, desnudando sutilmente la represión sexual a la que estamos sujetos todos los que vivimos en Yemen. Mientras esperamos el buffet, observamos a los camareros traer decenas de platos que llegan rebozados de exquisiteces raras veces avistadas en Sana’a. Asombrosamente, el menú incluye una diversa variedad de platos, incluyendo una exuberante paella de mariscos, chivo guisado al estilo Yemenita, salpicón de mariscos, y una enorme variedad de ensaladas y postres. Mientras el cuarenta por ciento de los niños que residen en Somalia sufren de desnutrición, aquella boda sigue siendo un potente símbolo de la desigualdad económica que afecta a la gran mayoría de países subdesarrollados.

Ahmed Mahmoud se sienta a mi lado. Su estrecha figura, ancha sonrisa, y enérgico carácter complementan la nostalgia que se esconde detrás de su honesta mirada. “Gracia a Dios los americanos nos están ayudando”, me dice esperanzado mientras comienza a degustar el formidable plato que ha traído del buffet. “Aparentemente están colaborando con la milicia Somalí para recuperar a Mogadishu. Al parecer, la Inteligencia militar americana está sumamente preocupada con el nexo entre Somalia y Yemen, ya que según una nota de prensa que leí recientemente, Al-Qaeda está coordinando un programa de intercambio entre los dos países”, me dice sosegado, mientras sus ojos rebosados de optimismo revelan las verdaderas implicaciones de aquel comentario. “Y tú, cuando llegaste a Yemen?”, le pregunto curioso. “Mi familia llegó a Yemen hace 19 años. Gracias a Dios salimos de allí justamente antes de que el país entrara en la anarquía que caracteriza a toda la región. Cada día le doy gracias a Allah por la hospitalidad del pueblo Yemenita, que sin duda nos ha tratado muy bien”, me confiesa agradecido, compartiendo la percepción que tienen muchos somalíes en tierra Yemenita. “Yemen es el único país en toda la península arábica que nos permite escapar del infierno Somalí. No sé si ya sabrás, pero desde que un refugiado pisa tierra Yemenita, el gobierno lo registra y le provee una cedula de identificación firmada por la UN. Esta cedula legaliza su estadía y le permite moverse libremente por todo el país, facilitándole el acceso a la educación y a los empleos. Por eso me siento muy agradecido con este país”, me declara entre risas, mientras observamos a una gruesa mujer bailando al ritmo de las tamboras, su retaguardia convulsionando poderosamente al ritmo de la música.

“Vámonos a bailar!”, me dice Soo-Rae, una taiwanesa que coordina un programa de refugiados en Sana’a, responsable de haberme invitado a la especial ocasión. Mientras los ritmos africanos se apoderan de nuestros cuerpos, las sonrisas de los vibrantes somalíes me aseguran que lo estoy haciendo bien, probablemente fruto de la herencia africana que caracteriza mi nación caribeña. “Que viva Somalia unida”, vocea uno de los que se han perdido en la conflagración de ritmos que dominan las almas. Mientras despedimos la noche sumergidos en el trance provocado por los hipnotizantes tambores, la bandera Somalí sigue allí, destellando la paz que surge de su azul cielo, y desplegando silenciosamente la estrella que representa todo lo que Somalia sueña ser: simple y naturalmente, una tierra enjuagada en la paz que solo aquellos que han conocido las dimensiones más crueles de la experiencia humana pueden apreciar en su más intensa profundidad.