Wednesday, April 28, 2010

Hans Dannenberg en Yemen


“Pensaba que lo había visto todo, pero este lugar es realmente especial”, me decía Hans Dannenberg durante su reciente visita a Yemen. Como digno embajador de la Republica Dominicana en la India, Hans ha tenido la oportunidad de viajar a decenas de países por todo el mundo, con un itinerario impresionante que lo ha llevado desde Irán hasta Corea del Norte. Aunque el destino lo ha llevado a múltiples naciones como representante de nuestro país, su sed de cultura y conocimiento lo han motivado a conocer países como Yemen por interés propio. “Alan, no te imaginas lo importante que es para nuestro país estrechar las relaciones bilaterales con el mundo árabe”, me comentaba mientras nos bebíamos una taza de té en el restaurante “Al-Fakher”, en pleno corazón de Sana’a. “Cada vez que visito esta área del mundo, siempre me sorprenden las similitudes que existen entre los latinos y los árabes”, me decía mientras sazonaba la conversación con anécdotas de sus experiencias como diplomático dominicano.

La noche antes de su visita, pensaba que iba a recibir a algún caballero de edad avanzada, cansado de vivir fuera de sus fronteras, y fosilizado en sus gestos por los años de protocolos y formalidades. Cuando Hans salió por las puertas del aeropuerto de Sana’a, quedé impresionado con su jovialidad, energía, y carácter afable. Aunque no había dormido toda la noche, nos pasamos el día visitando diversos lugares de interés, incluyendo la ciudad vieja de Sana’a y la mezquita presidencial. “Estoy casi seguro de que nunca he visto un lugar como este”, me comentaba el Embajador mientras caminábamos por los ancestrales encantos de la ciudad vieja, mientras una docena de mujeres con rostros cubiertos caminaban a nuestro lado. Al caer la noche, terminamos cenando en un restaurante junto a varios Yemenitas y expatriados, todos tratando de que Hans exprese su opinión sobre diversos temas de interés. “Ahora háblanos sobre el conflicto de Darfur”, preguntaba Matt Salmon, un canadiense residiendo en Sana’a que había compartido apartamentos con el famoso terrorista Nigeriano. Mientras Hans divulgaba sus conocimientos sobre el complejo conflicto mientras mis amigos Yemenitas lo miraban concentrados, me di cuenta lo importante que es tener representantes dominicanos con coeficientes intelectuales desarrollados, que sean capaces de ser culturalmente sensibles a los espacios que los rodean, y que puedan conectar con personas de culturas diferentes de manera rápida y eficaz.

Ya que solo tuvo 24 horas para sumergirse de lleno en el alma de Yemen, Hans me prometió que volvía pronto. “He quedado encantado con este país”, me dijo mientras nos despedíamos en el aeropuerto de Sana’a. “Te prometo que volveré”, fue lo último que dijo. Espero que así sea!

Wednesday, April 14, 2010

Caprichos del Destino

Solo somos un dardo en la ruleta del destino. Así como las nubes desnudan su misterio sobre el impío desierto, nuestra suerte la jugamos cada minuto, sometiendo nuestras almas a los caprichos del universo. Desde hacía tres meses, Hais no veía una gota de lluvia. De vez en cuando, un nubarrón cruzaba el desierto mansamente, esperanzado a la humanidad que las velaba impotente, para despedirse con la tibieza melancólica de su imperceptible fuga. Hoy no fue así. El ardor del mediodía predecía un día corriente: sumisión absoluta a los antojos del sol. Repentinamente, el vientre del azul del cielo engendró una tormenta que hundió a Hais en dos pesos de agua. Melcochosos ríos de lodo navegaban indiferentes las calles del pueblo olvidado, mezclando todo en su paso en un exquisito grumo fangoso. Mientras las almas del desierto desbordaban su bienestar fusionando sus pies desnudos en el pantano de arena, la esposa de Bakheel estaba ocupada procreándole su segundo chiquillo. Aunque el día parecía estar lleno de bendiciones, otros eventos se acaecían paralelos en las misteriosas jugadas del destino.

Hace unos meses, Hais recibió su nuevo gobernador, Abdul Karim Moseihi. Al llegar a Hais, Abdul Karim nos encomendó una criatura cuasi angelical, su hija Hiba. A sus catorce años, Hiba nunca había acudido a la escuela debido a un pequeño retraso que la había confinado a su hogar. Su padre, luego de visitar nuestras oficinas y observar el excelente trato ofrecido a los discapacitados, decidió personalmente llevarnos a Hiba todos los días para ingresarla en nuestro programa vocacional. Con su incumbrable sonrisa y aura de paz, Hiba conquistó nuestros corazones rápidamente. Todas las mañanas entraba a mi oficina para saludarme cariñosamente, siempre temblorosa y palpitante, como una flor rebosante un día de primavera. Esta mañana fue igual que todos los días. Entró tímidamente y me ofreció un Salaam Al Aykun (Que la paz este contigo), y debido a que estaba en una reunión, se lo devolví apresurado para seguir con mis afanes. Unas horas después, mientras el aguacero empapaba el meollo de Hais, Bakheel me invito a celebrar el nacimiento de su nuevo hijo. Me dirigí a su casa contento, con mis pies alzados sobre el motor que navegaba como una barcaza las corrientes de agua que sumían al pueblucho en su devenir. Una docena de niños jugaban bajo la lluvia, recibiendo aquel extraño evento entre carcajadas y sonrisas. Un grupo de hombres estaban sentados en la acera, resguardándose del agua bajo una lona agujereada, mientras sus miradas se perdían en la vacuidad del tumulto. Hombres, mujeres, y niños parecían compartir la misma levedad de espíritu fecundada en el glorioso llanto del cielo.

La casa de Bakheel estaba como de costumbre: sumergida de lleno en los hechizos del Qat. La catinina, aquella misteriosa sustancia engranada en el núcleo de la idiosincrasia Yemenita, ya estaba procreando el usual silencio que se acontece al final de toda masticada. Desde la ventana, un algarabío se forjaba en medio del cementerio, mientras traían el cuerpo de un adolescente que se había quitado la vida. “Aparentemente fue un suicidio”, dijo Bakheel, confundiendo la alegría de su nuevo retoño con el enmarañado sentimiento que provocan aquellos que se arrebatan la vida. “Su hermano lo encontró con una soga en el cuello”, comentó Abdullah, su boca pulsando despacio las migajas del verdor en su boca. Entre todo el embrollo, me extrañaba la afonía con la que todos observaban al fallecido, sus rostros tiesos bajo la lluvia. “El Islam condena el suicidio total y absolutamente”, dijo Bakheel, como leyendo los pensamientos que se agolpaban en mi mente. “Que irónica es la vida. Mientras unos nacen otros se quitan la vida”, comenté sosegado, un poco abrumado con toda la conmoción. “Así es hermano, estamos sumergidos en un misterio incapaz de descifrar”, murmura Bakheel, brindándome una media sonrisa entre la grima y el bienestar. “¿Pero qué podemos hacer? Con el único que podemos contar es Allah. El es que sabe los secretos de nuestro destino, y en momentos como este, solo nos queda aferrarnos a Él”, comenta Abdullah, su mirada serena mientras los tres vislumbramos la escena que sigue desvelándose en el cementerio.

El llamado a la oración comienza a retumbar el atardecer entre la resonancia de la lluvia sobre el lodo, mientras celebramos la vida y la muerte en medio del desierto. De repente, Mohsen Ahmed interrumpe nuestro encuentro. “El gobernador y su hija han tenido un accidente fatal. Los dos han muerto en la carretera. Al parecer, al salir de la oficina de ADRA al mediodía, se dirigieron a Tai’z para visitar a su familia, y en medio del camino, el carro se volcó matándolos a todos”. Y así como nacemos, sollozando aterrorizados por el fulgor doloroso de esta vida despampanante, así se despidieron Hiba y su padre, suspendiendo sus almas en la despiadada autopista. Aquella tarde, regresé a mi hogar en silencio. La lluvia se había calmado, y los vendedores que se avecinan a mi hogar estaban de regreso, montando sus carpas y limando sus cuchillos. La luna se descubría detrás del sigilo de las nubes, irradiando su tenue luz sobre el desierto templado. El destino de cada hombre seguía oculto detrás de las miradas, y el final de otro día en Hais había llegado.


Abdul Rakim y yo, una semana antes de su muerte

Monday, April 12, 2010

La Dote y El 'Underground' Yemenita

“Me voy a tirar!”,gritaba Ahmed Zuleihi desde el cuarto piso de la edificación más alta de Hais. “Si no me consiguen una esposa AHORA, me tiro!”, voceaba desesperado mientras la multitud se congregaba frente al edificio, aterrorizada por la posibilidad de su muerte. A pesar de tener un ligero retraso, Ahmed Zuleihi, a sus 27 años de edad, tenía pocas posibilidades de conseguir una mujer. Provenía de una familia pobre, y desde pequeño lo habían tildado de loco. Aquel día, hastiado de vivir rumiándole sus penas al universo bajo los hechizo del Qat, Ahmed decidió conseguir una pareja sin importar que le costara la vida. Aunque Ahmed nunca se llegó a tirar, ya que dos policías locales lo sorprendieron por detrás, cayéndole a bastonazos luego del desatino que había interrumpido la vida laboral de aquel miércoles de marzo, la gran mayoría de solteros en Hais se sintieron identificados con su agónico sentimiento. Debido a que es casi imposible para un hombre soltero tener relaciones sexuales con una mujer, el hombre en Yemen ansía ponerle fin a su soledad. El único obstáculo que este enfrenta es la pesadilla de todo Yemenita: la dote. En un país donde el ingreso per cápita ronda los $900 dólares al año (La Republica Dominicana ronda los $6,000), una dote de tres mil dólares es una cifra que ronda lo ridículo, pero que desgraciadamente es la cantidad promedio requerida para ponerle fin al desierto del alma.

Muchos hombres Yemenitas se quejan de la codicia de los padres de sus prometidas. “Ese hombre solo quiere dinero. Quiere que le page cuatro mil dólares por su hija!”, me comentaba Khaled, un electricista de treinta años que lleva los últimos tres ahorrando para casarse. “¿Y porque no la cambias Khaled?”, le pregunté curioso, a sabiendas de que cuatro mil dólares es el precio estándar luego de pagar la boda, la dote, y el oro. “Pero si todas están al mismo precio!”, me decía el desdichado, ahogándose en la impotencia que lo mantenía virgen.

Debido a la penosa situación del hombre Yemenita, muchos se han visto inclinados a adoptar métodos extremos para satisfacer sus necesidades corporales. Hace unos años, un hombre salió desnudo corriendo por las calles de Hais con una perra cargada. Al parecer, luego de fornicar con la bestia, el miembro del atrevido quedó estrangulado cuando el animal contrajo sus esfínteres. Descalzo, con solo una camisa sobre su cuerpo desnudo, corrió por todo el pueblo hasta llegar al hospital, donde un equipo de doctores lograron quitarle la bestia luego de inyectarle un relajante muscular. “Ese chiflado por poco pierde el miembro por estar inventando”, me comentaba el Doctor Hussein mientras el grupo de hombres a nuestro alrededor masticaban la tarde navegando los melancólicos mares mentales del Qat. “Aquel día fue inolvidable. Fue el tema de conversación por más de dos años”, señalaba Abdullah Yassin mientras me secaba las lagrimas de tanto reírme. Otros hombres se pasan las tardes haciendo llamadas anónimas para lograr dar con alguna fémina que escuche sus deseos reprimidos. Por esta razón, muchas extranjeras viviendo en Yemen han decidido no coger los teléfonos cuando un número desconocido asalta su celular, porque como me dicen, “debe ser otro pervertido queriéndoselas jugar conmigo”.

Otros más atrevidos deciden arriesgar sus vidas explorando los romances homosexuales. A pesar de que Yemen es uno de los cuatro países del planeta que penaliza la homosexualidad con la muerte (junto a Arabia Saudita, Irán, y Afganistán), he conocido media docena de hombres que claramente la practican (uno de ellos se enamoró rotundamente de uno de los miembros del equipo televisivo dominicano, diciéndole “Arturo, te quiero!” durante el tiempo que nos sirvió de guía en la ciudad vieja de Sana’a). Aunque no existen pruebas de que Yemen haya penalizado a homosexuales con la pena de muerte en los últimos 20 años, un equipo del noticiero Al-Jazeera fue apresado luego de tratar de entrevistar a prisioneros enjaulados por practicarla.

Existen múltiples causas que le han dado origen al exorbitante precio de las mujeres. “Mi padre me tiene bien cara”, les decía Fátima a mis padres durante su visita a Yemen. “El solo quiere lo mejor para mí. Según él, la dote es la primera prueba de fuego que tiene que superar el hombre para probarle su amor a una mujer. Antes que nada, cuando un hombre se compromete a pagar una dote considerable, nos está diciendo que no es un haragán, y que me va a garantizar una vida estable. Como dice mi padre – ‘para que te mantenga un pobre diablo, mejor te mantengo yo-“. ¿Y cuál es la razón del oro?, pregunté curioso, tratando de indagar la causa que yace detrás de esta costumbre ancestral. “El oro es una garantía para la familia en tiempos difíciles. En momentos de crisis, la mujer sabe que puede contar con una suma de dinero que podrá darle de comer a sus hijos. Aunque también es lo único que recibimos las mujeres como parte de la dote, y es nuestro orgullo poder mostrarles a otras mujeres lo mucho que nos desea nuestro prometido”, nos contaba melancólica, probablemente fruto de que a sus 34 años todavía no ha logrado casarse.

Luego de escuchar las explicaciones de Fátima, la inteligencia de la mujer Yemenita me sigue asombrando. Aunque en Occidente querrán aparentar muy sabias, las mujeres Yemenitas han logrado algunas regulaciones que nuestras mujeres solo sueñan tener. Mientras tanto, esperemos que hombres como Ahmed Zuleihi no sigan haciendo demostraciones públicas en los techos de Hais, no sea que se pongan de moda los saltos al vacío. Sin lugar a dudas, les tendremos que exportar unas cuantas latinas para facilitarles la vida.

Thursday, April 8, 2010

De Terroristas y Canadienses


Umar Farouk Abdulmutallab, presunto terrorista del vuelo 253, NW Airlines

“Nunca imagine que alcanzaría la fama de esta manera”, me comentaba Matt Salmon, un canadiense de veinte nueve años que llegó hace unos meses a estudiar la lengua árabe. “Ese pendejo me ha puesto en el mapa sin yo quererlo”, continuaba mordazmente mientras degustábamos de un café americano en Coffee Traders, el centro de diversión de los extranjeros en Sana’a. “Ahora pones mi nombre en Google entre comillas, y le añades la palabra terrorista, y mi nombre sale brotando como petróleo. Este país no tiene madre”, me decía con tono agridulce, sus ojos divulgando una singular mezcla de que estaba disfrutando de la fama repentina, pero sinceramente arrepentido de habérsela ganado de esta manera. Hace ocho meses, en medio de la celebración musulmana del Ramadán, Matt llegó a Sana’a con espíritu inquisitivo, ansioso por descubrir todos los secretos del Medio Oriente. Durante aquellos días, una interesante mezcla de intelectuales Yemenitas, extranjeros audaces, y sufíes furtivos, se congregaban a disfrutar de las largas noches de Ramadán en el patio de Coffee Traders, engendrando conversaciones que solo podían surgir de un grupo tan peculiar, en tal locación geográfica. Una de esas noches, conocí a Matt. Al haber llegado sin hablar una sola palabra de árabe, el grupo rápidamente lo adoptó. “En qué escuela de árabe te inscribiste?”, le preguntó Saleq aquella noche, un Cachemiro criado en Brooklyn que acababa de cumplir su sexto mes en Sana’a. “Estoy en SIAL”, le respondió Matt, sin la más mínima idea de lo que eso iba a representar unos meses después.

En agosto del 2009, un mes antes de la llegada de Matt, otro visitante se hacía paso por las puertas de inmigración del aeropuerto internacional de Sana’a. Aquel personaje, que cursaba un MBA en la Universidad de Wollongong en Dubái, había aterrizado en el país con un itinerario muy diferente al del resto de los mortales, aunque públicamente había dicho que su plan era estudiar árabe en SIAL, el mismo instituto que albergaría a Matt. “Aquella noche, mi primera en Yemen, me lo introdujeron formalmente en la recepción del instituto, y me llevaron derecho a su apartamento, el cual compartimos por alrededor de un mes”, me contaba Matt concentrado, tratando de revelarme cada detalle de su aventura con el terrorista. “Mi primera impresión de Umar fue todo lo contrario a lo que revelaron las noticias: Un tipo sumamente educado, de trato muy gentil, y de carácter tímido. Me acuerdo que iba a la mezquita a diario, y cuando nos veíamos en las escaleras, generalmente intercambiábamos saludos y seguíamos nuestro camino. Unas cuantas veces llegamos a desayunar juntos, las conversaciones generalmente comenzando por las particularidades del clima, los estudios, la belleza de Yemen, y siempre, por más que trataba de prevenirlo, la conversación concluía con Umar hablándome sobre el Islam, e invitándome a que lo acompañara a la mezquita local. Y siempre, casi siempre, se despedía repentinamente, generalmente cuando me encontraba en medio de alguna oración, diciéndome Ma’Salaama (que quedes en paz), y desapareciendo tras puertas cerradas. El 25 de diciembre, cuando lo vi retratado en todos los periódicos, presunto autor del fallido atentado del vuelo 253 de Northwest Airlines el pasado 24 de diciembre, por poco me caigo de la silla. Un variado fervor emocional comenzó a dominar mi cuerpo, comenzando por una indignación terrible, seguido de un periodo de rabia melancólica, y finalmente una tristeza incumbrable, sobre todo a sabiendas de lo que eso iba a significar para Yemen. Como ya te has dado cuenta, las víctimas reales han sido estos grandes corazones que nos rodean, y ver como sus negocios se van a la bancarrota por la falta de turistas, y presenciar como su religión se hunde mas en el pozo del temor y la ignorancia. Eso simplemente es una tragedia”, me comentaba adolorido, sus gestos disminuyendo en velocidad mientras me continuaba su historia.

“Sabes, lo único que me extrañó de Umar fue el hecho de que no se llegó a despedir. Hablé con él un día antes de su desaparición, y aquel día me dijo que se pensaba quedar en Yemen un par de meses más. Al otro día, su habitación estaba vacía”, me contaba, sus ojos perdiéndose en la estela de pensamientos que cruzaban su mente. “Lo más gracioso de todo ha sido como este incidente ha moldeado mi vida en Yemen. Una semana después del atentado, Discovery Channel me mandó un correo invitándome a Chicago, con todos los gastos pagos, a entrevistarme para un especial sobre la psicología del terrorista. Unos días después, mientras me subía al avión, un agente de la CIA se introdujo formalmente, y me dijo que su misión era escoltarme hasta mi destino final. El tipo hasta me seguía al baño, llegándome a tocar la puerta luego de dos minutos en este!”, se acordaba entre risas. “Ya para las últimas horas del vuelo, después de haberse dado cuenta de que era inofensivo, nos terminamos dando unos tragos de Whisky mientras me contaba de su entrenamiento militar”.

Aquel día, me despedí de Matt y salí a caminar por entre la estrellada noche transpirando reflexiones. Mientras pasaba por la mezquita y contemplaba a las decenas de hombres hincados orándole a Allah, a luz clara comprendí que las acciones de Umar estaban muy lejos de estar inspiradas por el Islam. Las consecuencias de esta religión en Yemen han servido para mantener al país casi totalmente exento del crimen común que abunda en nuestros países, le ha dado a sus residentes una tradición de hospitalidad insuperable, y ha servido para mantener a un país que vive sumergido en la pobreza en relativa paz, a pesar de que existen sesenta millones de armas circulando entre la población. Como me dijo Abdullah Fawzi, el imam de Hais, hace unos días atrás, “yo solo espero que algún día estos desquiciados se dejen de relacionar con el Islam cuando lleven a cabo sus macabros planes”. Definitivamente, yo estoy totalmente de acuerdo con él.

Tuesday, April 6, 2010

El Mito de la Mujer Yemenita

“Esas mujeres no conocen otra cosa”. Aquella frase, utilizada frecuentemente por mujeres occidentales para referirse a las mujeres musulmanas, refleja la amplia brecha que separa las dos culturas, como si las mujeres fieles a la religión de Mahoma vivieran en la edad de piedra, ajenas a los medios de comunicación que dominan el mundo moderno. Hace unos meses, mientras me encontraba en Santo Domingo visitando a mi familia, acudí a un programa de televisión donde la presentadora, antes de entrevistarme, comenzó a llorar por el prolongado sufrimiento de la mujer musulmana. Aquella reacción, aquel sollozo, mientras lo trataba de encajar con las experiencias que he tenido con las mujeres de Yemen, parecía una pieza redonda en un rompecabezas cuadrado. A pesar de que la mujer musulmana es en ocasión abusada y maltratada, usualmente de la misma manera en que maltratan a la mujer latina o anglosajona, la gran mayoría de mujeres musulmanas están sumamente satisfechas con su condición de vida, y son las principales promotoras de las costumbres y tradiciones que deja boquiabiertos a muchos en occidente.

Abeer es una mujer moderna bajo los estándares Yemenitas. Maneja su propio vehículo, trabaja de ocho a cinco, y se acaba de graduar de la universidad. A pesar de todo, Abeer rehúsa mostrar su rostro, y el velo que lo confirma es su más grande tesoro. “Nosotras, las mujeres musulmanas, cuidamos de nuestro cuerpo como si fueran templos sagrados”, me dice con ojos achinados, prueba de la sonrisa que se esconde sutilmente bajo la tela negra que me impide ver sus labios. “Tengo la firme convicción de que la mujer Occidental es lo más barato bajo el sol. Solo tenemos que prender la televisión para darnos cuenta que no dejan nada a la imaginación”, me dice duramente, su tono presuntuoso revelando lo orgullosa que se siente bajo las vigas de su cultura, y reflejando el mismo problema que tenemos en occidente: la tendencia a llevar al extremo las idiosincrasias de otras culturas. “Aunque no lo creas, el hombre Yemenita vive suspirando nuestra presencia. No te imaginas el control que tenemos sobre la imaginación de los hombres”, me dice coquetamente, mi virilidad insatisfecha confirmando cada una de sus palabras. “Y para que no te sorprendas, llevamos una vida social muy intensa”, me dice mientras invita a mi madre a una reunión con sus amigas, que andaba de visita en Yemen durante esos días.

Aquella tarde, mi madre se sumergió de lleno en el íntimo mundo de las mujeres por más de seis horas. Después de habernos dicho que la pasáramos a buscar a las siete de la noche, al llamarla a esa hora, nos rogó que la dejáramos “unas cuantas horitas más”. Mientras mi padre y yo andábamos como dos huérfanos por las calles de Sana’a vieja, el bullicio estrepitoso que ahogaba la voz de mi madre cuando la escuche por el celular era un excelente indicio de que la estaba pasando bien. Unas horas más tarde, mi madre llego a nuestro encuentro brotando de felicidad. Con pies y manos destellando un elaborado diseño de Henna, su rostro fulguraba de emoción como si hubiera descubierto una ciudad legendaria en medio del Amazonas. En aquel momento, antes de que mi madre abriera la boca, me di cuenta que todos los prejuicios que esta había tenido sobre el mundo de las mujeres musulmanas se habían disipado aquella tarde. “No se imaginan lo que gozamos”, nos contaba mientras caminábamos por la ciudad vieja. “Las mujeres llegaron con sus burkas y baltos, y de repente, al alzarse el camisón negro, hermosos vestidos cubrían sus cuerpos. Algunas llevaban ropa bastante provocativa”, nos decía a mi padre y a mí mientras la miraba sin aliento, con la envidia de tener más de nueve meses en Yemen y no haber podido presenciar tal visión. “Luego prendieron el radio y algunas comenzaron a bailar ‘belly dance’, algunas dominando el movimiento de sus vientres con suma destreza”, nos contaba candorosa, reubicando el mundo que había catalogado y clasificado en sus archivos mentales. “Luego encendieron carbones y sacaron las hookas, y la mayoría comenzó a fumar mientras la otra mitad sacaba las fundas de Qat. Lo más surreal de todo fue que al final, luego de haber pasado una tarde inolvidable, llena de bailes, comida, hookas, y qat, todas se volvieron a tirar el balto y la burka sobre sus vestidos, y salieron a la calle como si nada hubiera pasado”.

Debajo del camaleónico vestuario que confunde a los ingenuos, la mujer Yemenita domina múltiples esferas de poder en el ámbito social de este rincón de la península arábica. Existen decenas de reglas en los gravámenes mentales de la población que elevan a la mujer sobre el género masculino. Por ejemplo, cuando una mujer camina por la calle, es necesario que los hombres a su alrededor le den suficiente espacio para que sus cuerpos no coincidan casualmente. Esta costumbre, que le otorga a la mujer casi un metro de área en su paso por el mundo, es endorsada por casi toda la población, la mayoría de hombres corriendo aspavientados cuando un grupo de mujeres los embisten en su dirección. No han sido pocas las veces que me han puesto la mano sobre el pecho, empujándome caballerosamente para que le de paso a una mujer que viene a un brazo de distancia.

Otra costumbre, en este caso personalmente desesperante, incluye siempre dejar un ancho espacio entre hombres y mujeres en los vehículos públicos. En los carros de transporte de Sana’a, al solo tener dos hileras de asientos, los hombres y mujeres juegan un juego bastante divertido: Cuando una mujer se sienta en una hilera, los hombres tienen que dejar un asiento entre ellos y la mujer. Es por esto que cuando la hilera de hombres está llena, y hay un hombre y una mujer sentados en los extremos de la otra hilera, el vehículo no acepta mas pasajeros, a menos que uno de los hombres salga del vehículo, y el que está sentado en la hilera extrema al lado de la mujer se mude al asiento de los hombres, y así sucesivamente, haciendo del contacto entre sexos opuestos todo una odisea. Hace unos días, tuvimos una reunión general en mi pueblo, Hais. La larga mesa que alquilamos tenía justa capacidad para la cantidad de personas presentes. Hassan, uno de los Yemenitas más conservadores que conozco, se sentó a mi lado. A su diestra, una de las empleadas de la central en Sana’a tomó asiento, y ahí comenzó el dilema de Hassan. Luego de casi tirárseme arriba moviendo su silla lo más lejos posible de la fémina que se encontraba a su lado, todavía su corazón no estaba tranquilo. Su cuerpo claramente desplegaba todos los signos de una persona incómoda, como si algún elemento radioactivo estuviera calcinando sus nervios. De repente, luego de cinco minutos de muda desesperación, se disculpó de los presentes y se apareció con otra silla, lista para ponerla entre su asiento y el de la mujer. Para lograrlo, claro está, yo tuve que dejar mi puesto en la esquina de la mesa, y ocupar un lugar en el vacío, para poder otorgarle la tranquilidad que aspiraba su alma.

Detrás de sus burcas, la mujer yemenita conoce al mundo, pero el mundo no las conoce a ellas. Navegan secretamente las aguas de su género, logrando lo que la mujer occidental todavía no ha podido lograr: inculcarle el deseo de matrimonio a todos sus pretendientes. El hombre yemenita, hastiado de vivir en un mundo dominado por el calloso contacto masculino, sueña como un poeta enamorado con el día de su unión al sexo opuesto, enaltecido por las canciones de amor y de boda que suenan en la radio. Mientras tanto, las mujeres siguen riéndose debajo de sus burkas, viviendo en la libertad de su supuesto anonimato. Pero claro, “esas mujeres no conocen otra cosa”.

Friday, April 2, 2010

Revelaciones

Hais es un océano de arena a la deriva de Dios. Como el desierto, que capitula su forma a las caprichosas pretensiones del viento, las almas del Tihama viven bajo el sometimiento total de Allah. La palabra “Islam”, que literalmente significa ‘sumisión’, es el reflejo más puro del carácter musulmán. En esta entrega total de la voluntad individual, el Yemenita se afinca en su presente de manera absoluta, dejándole su futuro a los antojos de Dios, y su pasado remitido a cada oración, y a cada unión de su frente con la tierra.

Iftikhar y Hassan se acaban de casar. Desde pequeña, Iftikhar siempre estuvo sometida a la voluntad de su madre, que a su vez estaba sometida a la voluntad de su esposo, el cual siempre estuvo sometido a la voluntad de su tribu, los cuales tienen más de treinta años sometidos a la voluntad del gobierno, que a su vez es regido por el más perfecto conjunto de ideas y leyes jamás avistadas en la tierra: el Corán (según los musulmanes). Por supuesto, Iftikhar también está sometida a su religión y a una serie de tradiciones locales que dominan cada faceta de su vida. Es por esto que ella, cada vez que quiere salir de su hogar, sin importar la razón que sea, llama a su marido para pedirle permiso. Su obediencia, sumisión, y rendición total son parte esencial de su identidad. Así como el llamado a la oración interrumpe todas las actividades humanas en esta desolada provincia, la población siempre colocando a su Dios delante de todo mientras se someten cinco veces al día a su voluntad, cada persona en este poblado está sometido directa o indirectamente a otra persona.

Unas semanas atrás desayunaba con los dirigentes de una ONG en Hodeidah. Uno de los empleados, a pesar de tener treinta años, seguía soltero y sin compromisos. “En Hais tenemos la mujer perfecta para ti Morshed”, le digo con tono picaresco. “Se llama Rita, trabaja como fisioterapeuta de nuestro programa, y es una mujer hecha y derecha”, le digo mientras los demás se ríen y lo incitan a que mande su madre a visitarla. “Pues para serte sincero, no quiero una mujer que trabaje”, me dice Morshed, su rostro enseriándose mientras degusta de un pescado a las nueve de la mañana. “Mi esposa no puede trabajar. Quiero una mujer que viva para mí y sus hijos, y no piense en mas nada”, me dice mientras los demás mueven sus cabezas de arriba abajo apoyando la afirmación de Morshed. Mientras los demás siguen disfrutando su desayuno, y yo trato de no tragarme ninguna espina, la idea de la sumisión y el control vuelven a salir a flote de manera directa, como si la única manera de amar debidamente fuera sometiéndose de lleno a la idea de Dios, o en este caso, a un marido.

Aparte de ser una religión, el Islam es un sistema social y político. Contrario a sociedades como la India, que siguen íntimamente conectadas con su pasado milenario, los árabes dieron un “borrón y cuenta nueva” cuando surgió el Islam hace mil cuatrocientos años. Todas las creencias que existían antes de Mahoma son consideradas impuras, y la idea del mundo pre-islámico en tierra árabe todavía genera un temor generalizado, como si la anarquía y violencia que se vivió en aquella época siguen latiendo en la información genética de la población. “Antes del Islam, no teníamos nada”, me comenta Khaled, un profesor de inglés que apenas se puede comunicar conmigo en la lengua de su especialidad. “El Islam nos dio todas las reglas necesarias para llevar una vida sana. En el Corán está todo, desde cómo solucionar los problemas relacionados con herencias, hasta como debemos comportarnos con huéspedes como tú”, me dice calmado, mientras el Qat se diluye en su saliva dejando toda su boca teñida de verde.

Hace unos días Abdullah Yassin, fisioterapeuta principal del programa, me acompañaba a visitar unos pacientes en uno de los poblados remotos del distrito de Hais. Por todo el camino, se iba quejando de la ineptitud del gobierno, ya que según él, se han olvidado del desarrollo de su provincia, Hodeidah. “Abdullah, y porque si hay tanta gente insatisfecha no votan por alguien diferente”, le digo mientras el vehículo se adentra en la aridez profunda del desierto. “Ya el presidente ha estado en la silla por más de treinta años, así que es hora de que Yemen inicie una nueva etapa en su historia, no crees?”, pregunto provocantemente, tratando de incitarlo a que me sea sincero. “Con esta frase te lo diré todo: el Yemenita siempre elegirá algo mediocre y conocido sobre algo desconocido. Por lo menos sabemos que con Ali Abdullah Saleh podemos ver el día de mañana en un estado de relativa paz. Con otro no lo sabemos”, me comenta confiado mientras enciende un cigarrillo. “Por lo menos Ali controla a las tribus con dinero y estos se someten a su voluntad”, me dice convencido mientras su nariz exhala el humo del pitillo marca Kamaran que acaba de encender. “Entonces votaras por él en las próximas elecciones?”, le pregunto curioso. “Pues claro!” briosamente me dice mientras entramos a la casa de barro perteneciente a nuestro paciente.

Hoy, mientras degustaba de una sesión de Qat con mi equipo de trabajo, las noticias anunciaban como Estados Unidos está tratando de implementar la democracia en Iraq y Afganistán. El imperio, que quiere esparcir esta ideología a pesar de las diferencias culturales que caracterizan esta región del mundo, parece estar totalmente en la oscuridad con respecto al mundo musulmán. A pesar de que los medios de comunicación han hecho de nuestro planeta un patio, todavía seguimos ignorando la idiosincrasia de nuestros vecinos. Ya es hora de que despertemos.

Nota: Las siguientes fotos fueron tomadas durante la visita de mis padres a Yemen:


Pronto le estare sacando su pasaporte Yemenita! =P

Mi querida madre y yo

Yo y mi querido padre, tratando de convencerlo de que no se quede aqui, ya que lo estuvo pensando cuando le dijeron sobre la posiblidad de tener cuatro esposas. (No me crean....=P)....

Ricardo Delmonte adentrandose en la ciudad vieja de Sana'a, con su guia Fathya.

La esplendorosa ciudad vieja...