Friday, January 16, 2015

Tiempo

Misterioso y arisco, 
el tiempo. 
Ese tiempo que se vuelve 
otro momento 
otro momento 
otro momento.
Nos sucedemos,
Nos pasamos,
Sucumbimos hacia un abismo donde nos volvemos otro,
derrochando el misterio que nos tiene aquí.
Antes de ese primer tiempo, primer momento, oscuridad.
Después de ese último tiempo, último momento, incertitud.
¿Para qué me quieres, tiempo?
¿Cómo he venido a caer a tus extraños desiertos?
¿Cómo he venido a parar a las olas de tus versos?
¿Para qué me quieres tiempo, si soy eternidad?
¡Eternidad tiempo!
¡Soy eternidad!

Tuesday, January 4, 2011

De Tiempos, Ideas, y Santos

El tiempo se desliza sin advertir el hecho de que jamás regresará. Solo nos quedamos con las migajas de lo que vamos dejando atrás: los encuentros con almas afines, los breves momentos en que nos sentimos en unión con el universo, aquellas estelas de libertad que dejan nuestro corazón enamorado, y sobre todo, con aquellas personas que compartimos, con las que nos reímos, con las que lloramos, y con las que crecimos. Como náufragos en el mar del amor, vamos sumergiéndonos de lleno en los minutos vividos, añorando los vestigios del pasado, y con la esperanza de que el futuro nos conduzca a nuestra esencia. En el proceso de crecimiento, dejamos de identificarnos con lo pasajero y con lo absurdo, y la sed de algo inmutable se acrecienta con el devenir de la degradación de nuestros cuerpos. Allí comienza la búsqueda de Dios, cuando el hombre llega a la realización de que nada externo logrará satisfacerlo. En esta barcaza de pueblo, donde los hombres navegan en la incertidumbre del mañana, aquella búsqueda de Dios se traduce en el eco que resuena desde la mezquita local, y en las frentes marcadas con la dureza del asfalto. La carencia material se diluye en una fe inquebrantable que intensifica la generosidad, la solidaridad, y la esperanza de que Allah proveerá siempre, a pesar de toda la escasez que se atestigua día a día.

Hoy, un horno gigante se ha tragado a Hais. Dentro de él, nos encontramos todos combatiendo con la arena, como un ejército de hormigas luchando contra elefantes. La mezcla del calor, seco y cortante, con el mortífero viento, hacen del poblado desértico una pesadilla dorada. Por los escondrijos de mis ventanas la arena es imparable, cubriéndolo todo con su quimera grisácea. Ajenos a lo obvio, los vendedores de Qat siguen allí, valientemente enfrentando cada ráfaga con orgullo y determinación, como si nada en el mundo fuera capaz de prevenir su próxima venta. Observándolos con admiración, decido enfrentar la opresión natural para asistir a la boda de mi amigo Yosef. Salgo con ojos achinados y me dirijo hacia los briosos vendedores. Compro una pequeña porción de la hoja, me monto en el motor, y me dirijo hacia la fiesta. “Ila al Arruz Yosef, Fadlak” (Hacia la boda de Yosef, por favor)”. Unos minutos después, entro al salón cubierto de almohadones donde yacen alrededor de quinientos hombres, todos con las bocas repletas de la hoja sagrada. Mientras me acomodo entre Abdullah y Bakil, los músicos comienzan a tocar las melodías típicas de la región de Hodeidah, una sinfonía de sonidos arabescos acompañados de tamboras africanas. Mientras nos deslizamos por entre las corrientes melancólicas del Qat, que sutilmente bailan sobre los encandilados ritmos locales, me comienzo a preguntar cuales son las características que necesita un pueblo para arroparse totalmente en las edificaciones de sus creencias? Porque es que algunas sociedades son más propensas que otras a la hora de adoptar cánones religiosos encargados de regular la vida de sus integrantes? O sin saberlo, tal vez todos somos presas de alguna mentalidad particular que dirige nuestras vidas sin que lo sepamos?

Mientras duelo en estos pensamientos que se esfuman con el pasar de los minutos, Abdullah me hace una historia que enaltece el poder de los ismos que nos dominan. “Abu Taleb siempre había soñado con ir a la Meca. Siendo un hombre sumamente religioso, se había pasado la vida capitulándose en los 4 pilares del Islam. Solo le faltaba la última gran prueba: la peregrinación al hogar de Allah. Luego de muchos años ahorrando, y con la reciente muerte de su esposa, Abu Taleb sentía el llamado. Llamó a sus siete hijos y le comunicó sus planes, y comenzó hacer los preparativos necesarios para el largo viaje. Una semana después, con mil dólares en mano, Abu Taleb subía las escaleras del autobús que lo llevaría desde su poblado natal, Hais, hacia el lugar más sagrado de la religión Islámica, la Meca. Varios familiares y amigos lo acompañaban en esta crucial travesía, sumamente simbólica en la vida de todo musulmán. Mientras se acomodaba en su asiento, Abu Taleb comenzó a sentir la presencia de un amor imponderable. Aquella abrumadora sensación comenzó a apoderarse de todos sus sentidos, como si una fuerza universal lo hubiera escogido para manifestar su magnificencia. Mientras el autobús se detenía en el pueblo de Husseynia para permitirles a los pasajeros desayunar, Abu Taleb quedó hipnotizado con una madre y su niño, que con pies descalzos escudriñaban comida en el vertedero local. Aquella fuerza que lo había sobrecogido lo impulsó a bajarse del autobús, sacar todo el dinero que tenía planeado para el viaje, y dárselo todo a aquellas dos criaturas que por caprichos del destino habían tenido que recurrir a tales medidas para sobrevivir. Sin decirle a nadie, Abu Taleb utilizó el menudo que le quedaba en su bolsillo izquierdo para dirigirse de nuevo a su pueblo natal. Al llegar allí, entro a su habitación y un pesado sueño se apodero de su cuerpo.

Una semana después, mientras los peregrinos de Hais regresaban de la Meca, Abu Taleb se levantó de su largo ensueño. Mientras los peregrinos bajaban del autobús, Abu Taleb escuchaba su nombre siendo repetido constantemente desde la calurosa recepción que se había formado frente al vehículo: “Desde que llegamos a la Meca, la cabeza de Abu Taleb comenzó a disipar una luz blanca que fue rápidamente vista por los imames principales de la ciudad bendita. Por esto, fue elegido para dirigir en oración a los miles de peregrinos que se encontraban junto a nosotros. Abu Taleb es un santo!”, relataba Mohammed, uno de sus íntimos amigos. Mientras relataban las historias milagrosas realizadas por el sencillo hombre que había decidido devolverse a una hora de su pueblo natal, Abu Taleb comenzó a rememorar el largo sueño que había tenido durante la extraña semana que había pasado dentro de su habitación. Aquellas historias eran exactamente iguales a las visiones que había tenido desde su habitación en Hais, y en aquel momento, Abu Taleb se desplomó y murió en frente de todos sus seguidores.

Mientras Abdullah se seca las lagrimas, termina su historia concluyendo: “Hoy, Hais considera a Abu Taleb como uno de sus santos”. Los ritmos de la boda incrementan de volumen, y los quinientos hombres se embarcan en silencio mientras sus mentes se funden con el espíritu del Qat. En aquel momento, llego a la realización de que todos somos presas de alguna forma de pensar: Desde el Islamismo al Cristianismo, hasta el hedonismo y egoísmo, al final, lo único que nos separa son los frutos de nuestros ismos: Y en cada religión y en cada actitud, yacen un millón de posibilidades.

Thursday, November 18, 2010

Ultimo Post

Queridos lectores,

Todas las entradas de esta pagina han sido retiradas de la web, ya que el material sera utilizado para publicar un libro que saldra en Marzo 2011. Un fuerte abrazo para todos!

Alan

Monday, November 8, 2010

Experimentos: Escritos Del Subconciente

Compendios de luz
Gravedades y calor
Un sueño que gira
A la sombra del dolor.

Contener la fuerza
Que yace alrededor
Solo eres la esencia
De tu padre creador.

Cabizbajos en la niebla
Devenidos de clamor
Compases que brotan
De la nada y el fulgor.

Desnúdate conmigo
Lléname de pasión
Álzame a la cima
De tu enorme corazón.

Estrellas de paz
Amores de Dios.
Piérdete en el presente
De mi humilde creación.

Nota: Esta nueva serie de poemas seran escritos en menos de un minuto. La generacion Beat (Burroughs, Kerouac, etc), utilizaba un sistema de escritura irracional, tratando de obviar la razon al escribir mediante la acelerada catarsis de palabras. He aqui mi primer intento!

Wednesday, June 30, 2010

Peticion desde Hais

Queridisimos amigos y familiares,

Hoy es mi último día de trabajo en el poblado donde he residido por un año. Haber vivido en una de las zonas más empobrecidas de Yemen, y al mismo tiempo haber tenido la dicha de trabajar con su población más vulnerable, los discapacitados, ha constituido una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido en toda mi vida. Ha sido un año de muchos aprendizajes, de mucho enriquecimiento humano, y sobre todo, de la realización de que la gran mayoría de seres humanos en la tierra no la tienen fácil. Sobrevivir en Hais es un arte que requiere de mucha fe, en su contexto proveído por la religión Islámica, de mucha solidaridad, que en este caso conlleva la protección tribal bajo la cual muchos están amparados, y sobre todo, de la solidaridad de aquellos países que pueden contribuir con sus recursos para proteger aquellos que no tienen quien los proteja. En Hais, los discapacitados son mis héroes. A pesar de que la gran mayoría cargan cruces que son inimaginables para los que vivimos en Occidente, todavía conservan la capacidad para reírse, para disfrutar de los pequeños momentos en que el universo les otorga la capacidad para hacerlo, y sobre todo, de probar que la fortaleza humana no tiene límites. La mayoría viven en pequeñas chozas hechas de barro y paja en medio del desierto, donde las condiciones de vida son inconcebibles. Durante el verano tienen que soportar temperaturas de hasta 50C, durante todo el año viven bajo la eterna amenaza de la falta de agua y comida, viven azotados por enfermedades como la malaria y otras condiciones debilitantes, y sobre todo, viven con la esperanza de que su condición de vida mejorará, y que el universo les otorgará de nuevo aquello que podrían recuperar con una simple operación, con una pastilla, o con un tratamiento. Durante todo el año, esto es exactamente lo que hemos estado haciendo. Desde agosto del 2009 hasta Junio del 2010, pudimos patrocinar 31 operaciones (16 de labio leporino, 10 de cataratas, y 5 de pies torcidos). La gran mayoría de estas operaciones fueron a niños menores de 10 años, que han visto un renacer en sus vidas, algunos pudiéndose ver en el espejo por primera vez sin sentirse avergonzados de sus rostros, y algunos dando sus primeros pasos luego de una década de arrastrarse por el suelo. El proyecto también le proveyó medicinas a centenares de personas, le proveyó fisioterapia a mas de 1,000 personas, y ofreció 53 pequeños préstamos a personas con discapacidades, que con el dinero pudieron abrir pequeños negocios que hoy en día constituyen su principal fuente de ingresos. Por más de cuatro años, el gobierno de Canadá mantuvo este proyecto abierto, pero este año ha decidido cerrarlo. Es por esto que hoy, 29 de Junio del 2010, quiero exhortarles a todos mis amigos y familiares que contribuyan para que por un año más este hermosísimo proyecto pueda mantener sus puertas abiertas. Estoy recopilando fondos para hacer este sueño realidad, y he abierto una cuenta en el Banco Popular, de número 760462242, bajo el nombre de Mary Bertrán, mi madre. Lo que sea recopilado será entregado formalmente al director de ADRA Yemen, Nagi Khalil, director de la organización para la cual trabajo, que estará visitando el pais el 8 de Julio. Espero que puedan aportar con lo que les sea posible, ya que estas personas realmente necesitan corazones que se apiaden de su condición. Un millón de bendiciones para todos, y espero verlos a todos muy pronto. Un fuerte abrazo desde Yemen!

Alan Delmonte


Las bellas personas que se esconden detras del niqab son las que han hecho este proyecto realidad. Con su esfuerzo y determinacion han podido mejorar las vidas de cientos de mujeres en su comunidad.

Monday, May 24, 2010

Pelando la Cebolla: Visiones Alternas de Sana'a

La realidad es un espejo que revela lo que permitamos que exista. A veces, debajo de las superficies, se esconden gratas sorpresas capaces de deslumbrar a los ingenuos que inocentemente esperan a que la verdad se revele uniforme, sin las irregularidades y rasgaduras que penetran los espacios más inconcebibles. Así fue como descubrí el lado salvaje de Sana’a. Aquella encantadora ciudad acongojada entre los cimientos de la cordillera Arábica, que despliega una ciudad antigua capaz de revivir la imaginación de los muertos, me tenía guardada tremenda sorpresa. Un día cualquiera, entre los estrechos laberintos de la ciudad vieja, conocí a Rania. Con solo dos semanas de haber llegado de un exilio de diez años, la fémina mitad Yemenita, mitad Alemana, llevaba su pelo al descubierto, y vestía despreocupada unos jeans y una blusa. Aquel breve encuentro resultó en un casual intercambio de teléfonos, de esos que causan curiosidad momentánea, pero que cesa rápidamente con el pasar de las horas. Unas semanas después, volvimos a encontrarnos. “Qué casualidad verte por aquí!”, me dijo mientras me bebía un vodka a las rocas en “El Club Ruso”, uno de los pocos lugares que vende alcohol legalmente en la conservadora ciudad. “Así es, Sana’a es un patio”, le comente relajado, mientras la música pop rusa mezclada con el denso humo de cigarrillo sosegaba nuestra sorpresa. Aquella noche, recibí el primer indicio de que Sana’a no era solamente un mar de cautela encubierto de dogmas islámicos: “Que bueno compartir contigo en el único lugar en el cual disfrutar de esta manera es permitido”, le dije cándidamente. “No te creas. Sana’a te puede sorprender”, me dijo, sus gestos disimulando la picardía que yacía en su mirada. “Ya verás…”.

Una noche, mientras me preparaba para dormir, Rania me llama al celular. “Que haces?”, me pregunta llanamente. “No mucho”, le respondo con toda sinceridad. “Te vamos a pasar a buscar en diez minutos, tamam (ok)?”. “No hay problema!”, digo excitadamente, avivado por la espontaneidad de la ocasión. Luego de entrar a la imponente Land Cruiser que se había parqueado frente al hotel, Rania me introduce a Asla, una misteriosa mujer de veintisiete años que a diferencia de esta llevaba puesto el balto y el hijab, aunque su pelo se chorreaba imprevisiblemente por entre los escondrijos del mismo. Para mi sorpresa, luego de doblar en una esquina, Asla me pasa una Heineken enlatada: “Disfruta, que estas dan trabajo conseguir”, me dice sonriendo, sus manos en el guía mientras me lanza una ojeada por entre los asientos. Mientras los tres degustábamos las cervezas mientras Asla manejaba por la ciudad, Rania toma el teléfono y hace una llamada. “Quieren que nos parqueemos en la calle Tai’z”, dice con su usual e imperturbable calma. Mientras la Land Cruiser se acomoda en la estrecha calle, un hombre con pinta de gánster sale de otro vehículo, y le pasa una titánica funda negra a la conductora. “Cuanto te debo”, pregunta Asla un poco nerviosa. “Son diez mil riales”, le responde el furtivo personaje, mientras toma el dinero rápidamente y se vuelve a disipar detrás de los vidrios tintados de donde salió.

Luego del intercambio, la Land Cruiser sale disparada por las calles de Sana’a, y se interna en el distrito de Hadda, zona donde residen los embajadores y funcionarios de alto nivel. Mientras nos bajamos del vehículo, Rania me llena los espacios vacios que comenzaban a engendrarse en mi mente: “Esta es la casa de Ahmed, uno de mis amigos. Hoy tenemos una fiesta. Espero que disfrutes”, me dice mientras entramos a la mansión. Mientras ingreso a la sala, un grupo de hombres y mujeres yemenitas me saludan con el Qat en sus bocas. Las mujeres, vestidas con trajes más provocadores que los que regularmente usan en occidente, me miran con ojos lujuriosos. De repente, Ahmed sale de la cocina con una botella de Vodka en las manos, y se introduce formalmente: “Hola Alan, muchísimo gusto en conocerte. Rania nos ha contado de tus aventuras en Hais”, me dice sonriendo, mientras me pasa un vaso y lo atesta de jugo de naranja y Grey Goose. Súbitamente, un grupo de mujeres con rostros velados entra a la casa. Una por una se desabrochan los botones de la larga bata negra, y se quitan entre risas el niqab (velo facial). Como una sátira Danesa, las mujeres no dejan mucho a la imaginación: Debajo de sus cautos atavíos, pequeñas minifaldas adornan sus piernas, y algunas dejan entrever la milimétrica ropa interior que muestran orgullosamente sin un rastro de vergüenza. Mientras se disponen a enganchar sus vestiduras más prudentes sobre un gancho, Ahmed nos comunica el siguiente paso: “Señores, bajemos hacia el piso subterráneo”. Aunque para este punto ya me estaba sintiendo como “Alicia en el País de las Maravillas”, mientras Ahmed interpretaba el papel del “Mad Hatter”, la noche aun empezaba. Mientras descendíamos hacia el cuarto vedado, Rania me comenta “…no te sorprendas, que lo que vas a ver es muy común en Sana’a”. “Esta es mi discoteca privada”, me anuncia Ahmed, mis pupilas dilatándose lentamente en la oscuridad del lugar. Las luces, revestidas de botellas de ‘Absolut’, dejan entrever un bar con todas las bebidas habidas y por haber. En el centro, una gran pista de baile ya comienza a regar su magia, incitando al grupo de mujeres a moverse violentamente en sus premisas. En lo que tardé para pestañear, el pequeño grupo de hombres se han unido a las mujeres, y la pista parece un video de “Akon”, el rapero y artista occidental más popular en Yemen. Unas largas horas después, llegaba a mi hotel con tremenda resaca mientras el sol cegaba mis ojos cansados. Antes de caer en mi cama como un roble, recuerdo haber pensado, “quien se lo habría imaginado”?

Sunday, May 16, 2010

Carrera al Paraiso: Misioneros Cristianos en Yemen

Desde la Reconquista Española, la caída de Constantinopla, y las sangrientas Cruzadas, el Islam y el Cristianismo han estado en un perpetuo estado de duelo. El Islam dio diez pasos hacia el Este, y el Cristianismo hacia el Oeste, y el 11 de Septiembre del 2001, se voltearon de nuevo a mirarse a los ojos. Como dos gigantes luchando por salvar las almas de la tierra, batallan arduamente para comprobar que su verdad es superior a la otra. Los musulmanes objetan que la biblia es una compilación de escritos que ha perdido significado en las escamas del tiempo, degradada por las múltiples modificaciones que ha recibido durante las centurias, mientras que el Corán es una unidad incorruptible que sigue intacta desde que fue dictada por el mismo Dios. Asimismo, critican duramente la “insolencia cristiana” de considerar que Jesucristo, “un profeta que vino a declarar la palabra de Allah”, está al mismo nivel que su creador. Por otro lado, los cristianos creen que el Islam es una religión basada en la guerra, implantada en sus discípulos a punta de espada, que maltrata a la mujer tiránicamente haciéndola presa de los caprichos del hombre. A pesar de que en ambos casos la realidad es diferente, ambas religiones dominan las esferas espirituales de la humanidad, con más de un 50% practicando una o la otra.

Dentro de ambas religiones, existe un mecanismo de propagación basada en la arrogancia sectaria, que sinceramente cree que solo existe un camino hacia la “salvación”. En Yemen, A pesar de que el proselitismo es ilegal, decenas de misioneros cristianos entran por las puertas de inmigración cada año. Al llegar aquí, se les entrena como debatir los dogmas islámicos, se les paga una mensualidad, y luego se les asigna el lugar de donde llevar a cabo su misión furtiva. Las mujeres, vestidas de musulmanas, cubriendo sus cuerpos con el balto color azabache y pelo cubierto bajo el Hijab, llegan a sus lugares de trabajo con una sola premisa: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Sus esposos se diluyen como camaleones en el mundo del Qat y la Jambiyah, aprenden el lenguaje perfectamente, y sus corazones se enaltecen cuando logran reclutar a un convierto. En sus iglesias, son considerados héroes. Si caen en el camino, atropellados por el atrevimiento de sus pasiones, son martirizados en sus iglesias, y claro, ‘se ganaron su trono en el paraíso’.

“Desde siempre había sentido un fuerte llamado hacia Yemen. Hay una razón por la que estoy aquí, y aquí seguiré hasta que Dios me ordene que vaya a casa”, dijo la misionera Kathleen Gariety antes de ser baleada en el hospital donde trabajaba junto a dos misioneros americanos. El 30 de diciembre del 2002, Kathleen Gariety murió por la cruz. En su iglesia, la Convención Bautista del Sur, su muerte no ha disuadido a nadie de continuar sus operativos secretos en Yemen. Todo lo contrario: Cientos de fervientes misioneros se han inspirado tras su muerte. Mientras conversaba con Carolina, una americana que me confesaba la verdadera razón por la cual había llegado a Yemen, esta me decía que no temía ser descubierta. Mientras nos bebíamos un café en Coffee Traders, una cafetería donde se congregan diariamente varias decenas de extranjeros, me recitó la siguiente frase de la biblia, como una autómata incapaz de ver las posibles consecuencias que podrían tener sus acciones: “Y vi las almas de los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y de la palabra de Dios… y volvieron a la vida y reinaron con Cristo por mil años” (Apocalipsis 20:4).

En naciones como Yemen, el Islam no es solo una religión, pero un sistema social y político que regula múltiples facetas de la vida de la población. Por ende, el proselitismo es percibido como una amenaza en una sociedad ya saturada de dogmas religiosos. Los misioneros no solo ponen sus vidas en peligro, sino que siguen incrementando la brecha de sospecha que separa a la población local de todo lo proveniente de occidente, al mismo tiempo ayudando a disminuir los niveles de seguridad que existen para extranjeros que están aquí por otros motivos. Por otro lado, durante mi estadía en Yemen he recibido decenas de panfletos y conversaciones interminables enumerando todas las razones por las cuales debo convertirme al Islam. Parece ser el objetivo final de una variada gama de personajes que me rodean, como si al lograr su objetivo asegurarían su puesto en primera fila en el ‘Jenna’ (paraíso en árabe). En el proceso, ambas religiones utilizan los argumentos más histriónicos para convencer al posible creyente de que cambie de religión. Hace unos días, Ahmed, uno de mis vecinos, me decía que el segunda retorno de Jesucristo había sido encarnado en Mahoma. Por otro lado, Carolina me decía que la palabra “Allah” provenía de un culto preislámico a la luna, y que su significado actual todavía apuntaba hacia esa deidad.

Sin lugar a dudas, ambas religiones se han olvidado de su objetivo real: sembrar las semillas del amor y la tolerancia en los corazones de sus fervientes, para que estos puedan con su ejemplo iluminar el universo. Como escribí hace unos meses atrás: “Hay un rio que fluye desmesuradamente en cada uno de nosotros. Un rio que se desborda en los confines del presente, incorruptible, como una estrella omnisciente iluminando nuestro destino. Ese interminable fluir, aquella fuerza capaz de conquistarlo todo, es el amor. Cuando todo pase, cuando nuestra historia concluya, solo ese fluir quedara intachable, enmarcado eternamente en las arterias de la tierra.”

Y al final, solo el amor podrá ser testigo de nuestra calidad como seres humanos.

Todo lo demás será echado al olvido.

Wednesday, May 5, 2010

Miradas detras del Velo

Lealo en Diario Libre (5/5/2010): http://diariolibre.com/noticias_det.php?id=244045

La humanidad siempre ha necesitado un villano. Alguna entidad a la que pueda atribuirle sus tribulaciones, sus amarguras y sus temores. Cuando mi abuelo nació, eran los alemanes. Durante la época de mi padre, eran los comunistas. Cuando nací, a mediados de los años ochenta, eran los rusos. Hace nueve años, el destino nos brindó la oportunidad de elegir a nuestro nuevo villano: los musulmanes.

Como la esvástica del movimiento Nazi, y el martillo y la hoz de la Unión Soviética, la burka se ha convertido en una insignia de todo lo que atormenta al mundo occidental. Aquel símbolo de represión, de una religión malentendida y distorsionada por un planeta que sigue sufriendo los efectos post 9/11, está en camino a ser prohibida en pleno corazón de Europa. Francia, Italia y Holanda están en proceso de restringir su uso, y en Bélgica, aquellas mujeres que rehusen cumplir con la ley serán sentenciadas a siete días de prisión o a una multa de hasta 34 dólares.

A diferencia de los Nazis y la Unión Soviética, el Islam es la religión con más alto índice de crecimiento, con 1.2 billones de seguidores, y con la sorprendente capacidad de inculcarle a la gran mayoría de sus discípulos los principios de una vida basada en la paz y la armonía. Pero en Europa en pleno siglo 21, la cacería de brujas sigue en pie.

Una decisión

Abeer tiene veintisiete años y trabaja para una ONG internacional en la capital de Yemen, Sana'a. Como la gran mayoría de sus paisanas, Abeer utiliza la burka y defiende su uso apasionadamente. "En Yemen, el uso de la burka no es obligatorio. La uso porque me provee seguridad, y me ayuda a prevenir cualquier tipo de indecencias cuando camino por las calles. Considero que mi cuerpo es un templo sagrado, y es mi decisión no compartir mi belleza física con hombres que no conozco. Además, es un símbolo de pureza y devoción en la religión que tanto venero".

Abeer, como la gran mayoría de mujeres yemenitas, no considera la burka o el niqab como una simple prenda de vestir. cubrir su rostro es una parte esencial de quien considera ser, que demarca la manera en que se relaciona con el resto del mundo. "Mis padres nunca me obligaron a utilizar la burka. Durante mi infancia, soñaba con usarla ya que cuando me ponía la de mi madre me sentía como una adulta. Desde siempre ha sido una decisión personal. No entiendo porque Occidente piensa que la burka es una humillación a los derechos de la mujer. Para mi es todo lo contrario: representa todos mis valores y creencias."

En Francia, con una población musulmana de cinco millones, solo existen alrededor de dos mil mujeres que cubren su rostro públicamente. En Bélgica, se estima que solo doscientas mujeres utilizan el velo facial, pero como quiera la ley ha sido aprobada ya que "atenta contra la seguridad de la nación", aunque su promotor principal, Daniel Bacquelaine, ha expresado claramente que la ley en contra de la burka es "una afirmación de una serie de valores que van en contra de los derechos fundamentales y universales de la mujer".

Intolerancia

En Francia, el líder derechista Marine Le Pen, promotor principal de la prohibición de la burka en su país, dijo hace unos días que la burka era solo "la punta del iceberg". "Luego que resolvamos el problema de la burka, todavía nos queda por resolver el problema de la poligamia, de los que oran públicamente en las calles de las grandes ciudades, de tener que lidiar con la prohibición del cerdo en muchas de nuestras cafeterías. En fin, todas las demandas sectarias a las que estamos sometidos los franceses". En el continente donde la libertad de expresión era prioridad, los recientes acontecimientos legislativos están iniciando una nueva era de una Europa más intolerante, y de menos libertad.

Aunque es cierto que en algunos países musulmanes el uso del hijab o pañoleta utilizada para cubrirse el pelo, es obligatorio tanto para las mujeres locales como internacionales (Arabia Saudita), estos países jamás se han vanagloriado por sus ideales de libertad y de libre expresión. Europa Occidental ya no podrá sorprenderse cuando las religiones mayoritarias en sus países sean limitadas en países musulmanes, y los judíos y cristianos sean ceñidos de practicar su religión libremente.

Desde aquel nefasto día que cayeron las torres gemelas, el Islam ha estado sujeto a una serie de ataques que constantemente tratan de endemoniar la religión, deshumanizando a todos sus practicantes y sembrando las semillas del temor en poblaciones que han estado involucradas en crímenes masivos de sus seguidores en países como Iraq y Afganistán. Como dicho por el profesor Anthony Pratkanis, un psicólogo de la universidad de California en Santa Cruz: "para la mayoría de seres humanos, asesinar a otro ser humano conlleva un esfuerzo sumamente agotador. La única manera de hacerlo es justificando sus muertes, tratando de contemplar al enemigo de la forma más maligna posible. Cuando se logra la deshumanización del enemigo, los sentimientos de culpa desaparecen más rápido, y su eliminación se hace más efectiva".

En el mundo moderno, con la ayuda de innumerables métodos de comunicación disponibles, el arte de la persuasión y sugestión se han hecho parte esencial de la propaganda política, permitiéndoles a nuestros líderes inmiscuirse en toda clase de conflictos para perseguir sus intereses.

Hoy, mientras terminaba de ver la película "Taken", donde el actor Liam Neeson rescataba a su hija de un árabe millonario que la había comprado para desvirgarla, me preguntaba hasta cuando soportaremos seguir viendo a los árabes musulmanes como villanos en todas las películas de Hollywood. Hoy son los musulmanes y las burkas. Mañana, ¿qué nos deparará el destino?

Wednesday, April 28, 2010

Hans Dannenberg en Yemen


“Pensaba que lo había visto todo, pero este lugar es realmente especial”, me decía Hans Dannenberg durante su reciente visita a Yemen. Como digno embajador de la Republica Dominicana en la India, Hans ha tenido la oportunidad de viajar a decenas de países por todo el mundo, con un itinerario impresionante que lo ha llevado desde Irán hasta Corea del Norte. Aunque el destino lo ha llevado a múltiples naciones como representante de nuestro país, su sed de cultura y conocimiento lo han motivado a conocer países como Yemen por interés propio. “Alan, no te imaginas lo importante que es para nuestro país estrechar las relaciones bilaterales con el mundo árabe”, me comentaba mientras nos bebíamos una taza de té en el restaurante “Al-Fakher”, en pleno corazón de Sana’a. “Cada vez que visito esta área del mundo, siempre me sorprenden las similitudes que existen entre los latinos y los árabes”, me decía mientras sazonaba la conversación con anécdotas de sus experiencias como diplomático dominicano.

La noche antes de su visita, pensaba que iba a recibir a algún caballero de edad avanzada, cansado de vivir fuera de sus fronteras, y fosilizado en sus gestos por los años de protocolos y formalidades. Cuando Hans salió por las puertas del aeropuerto de Sana’a, quedé impresionado con su jovialidad, energía, y carácter afable. Aunque no había dormido toda la noche, nos pasamos el día visitando diversos lugares de interés, incluyendo la ciudad vieja de Sana’a y la mezquita presidencial. “Estoy casi seguro de que nunca he visto un lugar como este”, me comentaba el Embajador mientras caminábamos por los ancestrales encantos de la ciudad vieja, mientras una docena de mujeres con rostros cubiertos caminaban a nuestro lado. Al caer la noche, terminamos cenando en un restaurante junto a varios Yemenitas y expatriados, todos tratando de que Hans exprese su opinión sobre diversos temas de interés. “Ahora háblanos sobre el conflicto de Darfur”, preguntaba Matt Salmon, un canadiense residiendo en Sana’a que había compartido apartamentos con el famoso terrorista Nigeriano. Mientras Hans divulgaba sus conocimientos sobre el complejo conflicto mientras mis amigos Yemenitas lo miraban concentrados, me di cuenta lo importante que es tener representantes dominicanos con coeficientes intelectuales desarrollados, que sean capaces de ser culturalmente sensibles a los espacios que los rodean, y que puedan conectar con personas de culturas diferentes de manera rápida y eficaz.

Ya que solo tuvo 24 horas para sumergirse de lleno en el alma de Yemen, Hans me prometió que volvía pronto. “He quedado encantado con este país”, me dijo mientras nos despedíamos en el aeropuerto de Sana’a. “Te prometo que volveré”, fue lo último que dijo. Espero que así sea!

Wednesday, April 14, 2010

Caprichos del Destino

Solo somos un dardo en la ruleta del destino. Así como las nubes desnudan su misterio sobre el impío desierto, nuestra suerte la jugamos cada minuto, sometiendo nuestras almas a los caprichos del universo. Desde hacía tres meses, Hais no veía una gota de lluvia. De vez en cuando, un nubarrón cruzaba el desierto mansamente, esperanzado a la humanidad que las velaba impotente, para despedirse con la tibieza melancólica de su imperceptible fuga. Hoy no fue así. El ardor del mediodía predecía un día corriente: sumisión absoluta a los antojos del sol. Repentinamente, el vientre del azul del cielo engendró una tormenta que hundió a Hais en dos pesos de agua. Melcochosos ríos de lodo navegaban indiferentes las calles del pueblo olvidado, mezclando todo en su paso en un exquisito grumo fangoso. Mientras las almas del desierto desbordaban su bienestar fusionando sus pies desnudos en el pantano de arena, la esposa de Bakheel estaba ocupada procreándole su segundo chiquillo. Aunque el día parecía estar lleno de bendiciones, otros eventos se acaecían paralelos en las misteriosas jugadas del destino.

Hace unos meses, Hais recibió su nuevo gobernador, Abdul Karim Moseihi. Al llegar a Hais, Abdul Karim nos encomendó una criatura cuasi angelical, su hija Hiba. A sus catorce años, Hiba nunca había acudido a la escuela debido a un pequeño retraso que la había confinado a su hogar. Su padre, luego de visitar nuestras oficinas y observar el excelente trato ofrecido a los discapacitados, decidió personalmente llevarnos a Hiba todos los días para ingresarla en nuestro programa vocacional. Con su incumbrable sonrisa y aura de paz, Hiba conquistó nuestros corazones rápidamente. Todas las mañanas entraba a mi oficina para saludarme cariñosamente, siempre temblorosa y palpitante, como una flor rebosante un día de primavera. Esta mañana fue igual que todos los días. Entró tímidamente y me ofreció un Salaam Al Aykun (Que la paz este contigo), y debido a que estaba en una reunión, se lo devolví apresurado para seguir con mis afanes. Unas horas después, mientras el aguacero empapaba el meollo de Hais, Bakheel me invito a celebrar el nacimiento de su nuevo hijo. Me dirigí a su casa contento, con mis pies alzados sobre el motor que navegaba como una barcaza las corrientes de agua que sumían al pueblucho en su devenir. Una docena de niños jugaban bajo la lluvia, recibiendo aquel extraño evento entre carcajadas y sonrisas. Un grupo de hombres estaban sentados en la acera, resguardándose del agua bajo una lona agujereada, mientras sus miradas se perdían en la vacuidad del tumulto. Hombres, mujeres, y niños parecían compartir la misma levedad de espíritu fecundada en el glorioso llanto del cielo.

La casa de Bakheel estaba como de costumbre: sumergida de lleno en los hechizos del Qat. La catinina, aquella misteriosa sustancia engranada en el núcleo de la idiosincrasia Yemenita, ya estaba procreando el usual silencio que se acontece al final de toda masticada. Desde la ventana, un algarabío se forjaba en medio del cementerio, mientras traían el cuerpo de un adolescente que se había quitado la vida. “Aparentemente fue un suicidio”, dijo Bakheel, confundiendo la alegría de su nuevo retoño con el enmarañado sentimiento que provocan aquellos que se arrebatan la vida. “Su hermano lo encontró con una soga en el cuello”, comentó Abdullah, su boca pulsando despacio las migajas del verdor en su boca. Entre todo el embrollo, me extrañaba la afonía con la que todos observaban al fallecido, sus rostros tiesos bajo la lluvia. “El Islam condena el suicidio total y absolutamente”, dijo Bakheel, como leyendo los pensamientos que se agolpaban en mi mente. “Que irónica es la vida. Mientras unos nacen otros se quitan la vida”, comenté sosegado, un poco abrumado con toda la conmoción. “Así es hermano, estamos sumergidos en un misterio incapaz de descifrar”, murmura Bakheel, brindándome una media sonrisa entre la grima y el bienestar. “¿Pero qué podemos hacer? Con el único que podemos contar es Allah. El es que sabe los secretos de nuestro destino, y en momentos como este, solo nos queda aferrarnos a Él”, comenta Abdullah, su mirada serena mientras los tres vislumbramos la escena que sigue desvelándose en el cementerio.

El llamado a la oración comienza a retumbar el atardecer entre la resonancia de la lluvia sobre el lodo, mientras celebramos la vida y la muerte en medio del desierto. De repente, Mohsen Ahmed interrumpe nuestro encuentro. “El gobernador y su hija han tenido un accidente fatal. Los dos han muerto en la carretera. Al parecer, al salir de la oficina de ADRA al mediodía, se dirigieron a Tai’z para visitar a su familia, y en medio del camino, el carro se volcó matándolos a todos”. Y así como nacemos, sollozando aterrorizados por el fulgor doloroso de esta vida despampanante, así se despidieron Hiba y su padre, suspendiendo sus almas en la despiadada autopista. Aquella tarde, regresé a mi hogar en silencio. La lluvia se había calmado, y los vendedores que se avecinan a mi hogar estaban de regreso, montando sus carpas y limando sus cuchillos. La luna se descubría detrás del sigilo de las nubes, irradiando su tenue luz sobre el desierto templado. El destino de cada hombre seguía oculto detrás de las miradas, y el final de otro día en Hais había llegado.


Abdul Rakim y yo, una semana antes de su muerte

Monday, April 12, 2010

La Dote y El 'Underground' Yemenita

“Me voy a tirar!”,gritaba Ahmed Zuleihi desde el cuarto piso de la edificación más alta de Hais. “Si no me consiguen una esposa AHORA, me tiro!”, voceaba desesperado mientras la multitud se congregaba frente al edificio, aterrorizada por la posibilidad de su muerte. A pesar de tener un ligero retraso, Ahmed Zuleihi, a sus 27 años de edad, tenía pocas posibilidades de conseguir una mujer. Provenía de una familia pobre, y desde pequeño lo habían tildado de loco. Aquel día, hastiado de vivir rumiándole sus penas al universo bajo los hechizo del Qat, Ahmed decidió conseguir una pareja sin importar que le costara la vida. Aunque Ahmed nunca se llegó a tirar, ya que dos policías locales lo sorprendieron por detrás, cayéndole a bastonazos luego del desatino que había interrumpido la vida laboral de aquel miércoles de marzo, la gran mayoría de solteros en Hais se sintieron identificados con su agónico sentimiento. Debido a que es casi imposible para un hombre soltero tener relaciones sexuales con una mujer, el hombre en Yemen ansía ponerle fin a su soledad. El único obstáculo que este enfrenta es la pesadilla de todo Yemenita: la dote. En un país donde el ingreso per cápita ronda los $900 dólares al año (La Republica Dominicana ronda los $6,000), una dote de tres mil dólares es una cifra que ronda lo ridículo, pero que desgraciadamente es la cantidad promedio requerida para ponerle fin al desierto del alma.

Muchos hombres Yemenitas se quejan de la codicia de los padres de sus prometidas. “Ese hombre solo quiere dinero. Quiere que le page cuatro mil dólares por su hija!”, me comentaba Khaled, un electricista de treinta años que lleva los últimos tres ahorrando para casarse. “¿Y porque no la cambias Khaled?”, le pregunté curioso, a sabiendas de que cuatro mil dólares es el precio estándar luego de pagar la boda, la dote, y el oro. “Pero si todas están al mismo precio!”, me decía el desdichado, ahogándose en la impotencia que lo mantenía virgen.

Debido a la penosa situación del hombre Yemenita, muchos se han visto inclinados a adoptar métodos extremos para satisfacer sus necesidades corporales. Hace unos años, un hombre salió desnudo corriendo por las calles de Hais con una perra cargada. Al parecer, luego de fornicar con la bestia, el miembro del atrevido quedó estrangulado cuando el animal contrajo sus esfínteres. Descalzo, con solo una camisa sobre su cuerpo desnudo, corrió por todo el pueblo hasta llegar al hospital, donde un equipo de doctores lograron quitarle la bestia luego de inyectarle un relajante muscular. “Ese chiflado por poco pierde el miembro por estar inventando”, me comentaba el Doctor Hussein mientras el grupo de hombres a nuestro alrededor masticaban la tarde navegando los melancólicos mares mentales del Qat. “Aquel día fue inolvidable. Fue el tema de conversación por más de dos años”, señalaba Abdullah Yassin mientras me secaba las lagrimas de tanto reírme. Otros hombres se pasan las tardes haciendo llamadas anónimas para lograr dar con alguna fémina que escuche sus deseos reprimidos. Por esta razón, muchas extranjeras viviendo en Yemen han decidido no coger los teléfonos cuando un número desconocido asalta su celular, porque como me dicen, “debe ser otro pervertido queriéndoselas jugar conmigo”.

Otros más atrevidos deciden arriesgar sus vidas explorando los romances homosexuales. A pesar de que Yemen es uno de los cuatro países del planeta que penaliza la homosexualidad con la muerte (junto a Arabia Saudita, Irán, y Afganistán), he conocido media docena de hombres que claramente la practican (uno de ellos se enamoró rotundamente de uno de los miembros del equipo televisivo dominicano, diciéndole “Arturo, te quiero!” durante el tiempo que nos sirvió de guía en la ciudad vieja de Sana’a). Aunque no existen pruebas de que Yemen haya penalizado a homosexuales con la pena de muerte en los últimos 20 años, un equipo del noticiero Al-Jazeera fue apresado luego de tratar de entrevistar a prisioneros enjaulados por practicarla.

Existen múltiples causas que le han dado origen al exorbitante precio de las mujeres. “Mi padre me tiene bien cara”, les decía Fátima a mis padres durante su visita a Yemen. “El solo quiere lo mejor para mí. Según él, la dote es la primera prueba de fuego que tiene que superar el hombre para probarle su amor a una mujer. Antes que nada, cuando un hombre se compromete a pagar una dote considerable, nos está diciendo que no es un haragán, y que me va a garantizar una vida estable. Como dice mi padre – ‘para que te mantenga un pobre diablo, mejor te mantengo yo-“. ¿Y cuál es la razón del oro?, pregunté curioso, tratando de indagar la causa que yace detrás de esta costumbre ancestral. “El oro es una garantía para la familia en tiempos difíciles. En momentos de crisis, la mujer sabe que puede contar con una suma de dinero que podrá darle de comer a sus hijos. Aunque también es lo único que recibimos las mujeres como parte de la dote, y es nuestro orgullo poder mostrarles a otras mujeres lo mucho que nos desea nuestro prometido”, nos contaba melancólica, probablemente fruto de que a sus 34 años todavía no ha logrado casarse.

Luego de escuchar las explicaciones de Fátima, la inteligencia de la mujer Yemenita me sigue asombrando. Aunque en Occidente querrán aparentar muy sabias, las mujeres Yemenitas han logrado algunas regulaciones que nuestras mujeres solo sueñan tener. Mientras tanto, esperemos que hombres como Ahmed Zuleihi no sigan haciendo demostraciones públicas en los techos de Hais, no sea que se pongan de moda los saltos al vacío. Sin lugar a dudas, les tendremos que exportar unas cuantas latinas para facilitarles la vida.

Thursday, April 8, 2010

De Terroristas y Canadienses


Umar Farouk Abdulmutallab, presunto terrorista del vuelo 253, NW Airlines

“Nunca imagine que alcanzaría la fama de esta manera”, me comentaba Matt Salmon, un canadiense de veinte nueve años que llegó hace unos meses a estudiar la lengua árabe. “Ese pendejo me ha puesto en el mapa sin yo quererlo”, continuaba mordazmente mientras degustábamos de un café americano en Coffee Traders, el centro de diversión de los extranjeros en Sana’a. “Ahora pones mi nombre en Google entre comillas, y le añades la palabra terrorista, y mi nombre sale brotando como petróleo. Este país no tiene madre”, me decía con tono agridulce, sus ojos divulgando una singular mezcla de que estaba disfrutando de la fama repentina, pero sinceramente arrepentido de habérsela ganado de esta manera. Hace ocho meses, en medio de la celebración musulmana del Ramadán, Matt llegó a Sana’a con espíritu inquisitivo, ansioso por descubrir todos los secretos del Medio Oriente. Durante aquellos días, una interesante mezcla de intelectuales Yemenitas, extranjeros audaces, y sufíes furtivos, se congregaban a disfrutar de las largas noches de Ramadán en el patio de Coffee Traders, engendrando conversaciones que solo podían surgir de un grupo tan peculiar, en tal locación geográfica. Una de esas noches, conocí a Matt. Al haber llegado sin hablar una sola palabra de árabe, el grupo rápidamente lo adoptó. “En qué escuela de árabe te inscribiste?”, le preguntó Saleq aquella noche, un Cachemiro criado en Brooklyn que acababa de cumplir su sexto mes en Sana’a. “Estoy en SIAL”, le respondió Matt, sin la más mínima idea de lo que eso iba a representar unos meses después.

En agosto del 2009, un mes antes de la llegada de Matt, otro visitante se hacía paso por las puertas de inmigración del aeropuerto internacional de Sana’a. Aquel personaje, que cursaba un MBA en la Universidad de Wollongong en Dubái, había aterrizado en el país con un itinerario muy diferente al del resto de los mortales, aunque públicamente había dicho que su plan era estudiar árabe en SIAL, el mismo instituto que albergaría a Matt. “Aquella noche, mi primera en Yemen, me lo introdujeron formalmente en la recepción del instituto, y me llevaron derecho a su apartamento, el cual compartimos por alrededor de un mes”, me contaba Matt concentrado, tratando de revelarme cada detalle de su aventura con el terrorista. “Mi primera impresión de Umar fue todo lo contrario a lo que revelaron las noticias: Un tipo sumamente educado, de trato muy gentil, y de carácter tímido. Me acuerdo que iba a la mezquita a diario, y cuando nos veíamos en las escaleras, generalmente intercambiábamos saludos y seguíamos nuestro camino. Unas cuantas veces llegamos a desayunar juntos, las conversaciones generalmente comenzando por las particularidades del clima, los estudios, la belleza de Yemen, y siempre, por más que trataba de prevenirlo, la conversación concluía con Umar hablándome sobre el Islam, e invitándome a que lo acompañara a la mezquita local. Y siempre, casi siempre, se despedía repentinamente, generalmente cuando me encontraba en medio de alguna oración, diciéndome Ma’Salaama (que quedes en paz), y desapareciendo tras puertas cerradas. El 25 de diciembre, cuando lo vi retratado en todos los periódicos, presunto autor del fallido atentado del vuelo 253 de Northwest Airlines el pasado 24 de diciembre, por poco me caigo de la silla. Un variado fervor emocional comenzó a dominar mi cuerpo, comenzando por una indignación terrible, seguido de un periodo de rabia melancólica, y finalmente una tristeza incumbrable, sobre todo a sabiendas de lo que eso iba a significar para Yemen. Como ya te has dado cuenta, las víctimas reales han sido estos grandes corazones que nos rodean, y ver como sus negocios se van a la bancarrota por la falta de turistas, y presenciar como su religión se hunde mas en el pozo del temor y la ignorancia. Eso simplemente es una tragedia”, me comentaba adolorido, sus gestos disminuyendo en velocidad mientras me continuaba su historia.

“Sabes, lo único que me extrañó de Umar fue el hecho de que no se llegó a despedir. Hablé con él un día antes de su desaparición, y aquel día me dijo que se pensaba quedar en Yemen un par de meses más. Al otro día, su habitación estaba vacía”, me contaba, sus ojos perdiéndose en la estela de pensamientos que cruzaban su mente. “Lo más gracioso de todo ha sido como este incidente ha moldeado mi vida en Yemen. Una semana después del atentado, Discovery Channel me mandó un correo invitándome a Chicago, con todos los gastos pagos, a entrevistarme para un especial sobre la psicología del terrorista. Unos días después, mientras me subía al avión, un agente de la CIA se introdujo formalmente, y me dijo que su misión era escoltarme hasta mi destino final. El tipo hasta me seguía al baño, llegándome a tocar la puerta luego de dos minutos en este!”, se acordaba entre risas. “Ya para las últimas horas del vuelo, después de haberse dado cuenta de que era inofensivo, nos terminamos dando unos tragos de Whisky mientras me contaba de su entrenamiento militar”.

Aquel día, me despedí de Matt y salí a caminar por entre la estrellada noche transpirando reflexiones. Mientras pasaba por la mezquita y contemplaba a las decenas de hombres hincados orándole a Allah, a luz clara comprendí que las acciones de Umar estaban muy lejos de estar inspiradas por el Islam. Las consecuencias de esta religión en Yemen han servido para mantener al país casi totalmente exento del crimen común que abunda en nuestros países, le ha dado a sus residentes una tradición de hospitalidad insuperable, y ha servido para mantener a un país que vive sumergido en la pobreza en relativa paz, a pesar de que existen sesenta millones de armas circulando entre la población. Como me dijo Abdullah Fawzi, el imam de Hais, hace unos días atrás, “yo solo espero que algún día estos desquiciados se dejen de relacionar con el Islam cuando lleven a cabo sus macabros planes”. Definitivamente, yo estoy totalmente de acuerdo con él.

Tuesday, April 6, 2010

El Mito de la Mujer Yemenita

“Esas mujeres no conocen otra cosa”. Aquella frase, utilizada frecuentemente por mujeres occidentales para referirse a las mujeres musulmanas, refleja la amplia brecha que separa las dos culturas, como si las mujeres fieles a la religión de Mahoma vivieran en la edad de piedra, ajenas a los medios de comunicación que dominan el mundo moderno. Hace unos meses, mientras me encontraba en Santo Domingo visitando a mi familia, acudí a un programa de televisión donde la presentadora, antes de entrevistarme, comenzó a llorar por el prolongado sufrimiento de la mujer musulmana. Aquella reacción, aquel sollozo, mientras lo trataba de encajar con las experiencias que he tenido con las mujeres de Yemen, parecía una pieza redonda en un rompecabezas cuadrado. A pesar de que la mujer musulmana es en ocasión abusada y maltratada, usualmente de la misma manera en que maltratan a la mujer latina o anglosajona, la gran mayoría de mujeres musulmanas están sumamente satisfechas con su condición de vida, y son las principales promotoras de las costumbres y tradiciones que deja boquiabiertos a muchos en occidente.

Abeer es una mujer moderna bajo los estándares Yemenitas. Maneja su propio vehículo, trabaja de ocho a cinco, y se acaba de graduar de la universidad. A pesar de todo, Abeer rehúsa mostrar su rostro, y el velo que lo confirma es su más grande tesoro. “Nosotras, las mujeres musulmanas, cuidamos de nuestro cuerpo como si fueran templos sagrados”, me dice con ojos achinados, prueba de la sonrisa que se esconde sutilmente bajo la tela negra que me impide ver sus labios. “Tengo la firme convicción de que la mujer Occidental es lo más barato bajo el sol. Solo tenemos que prender la televisión para darnos cuenta que no dejan nada a la imaginación”, me dice duramente, su tono presuntuoso revelando lo orgullosa que se siente bajo las vigas de su cultura, y reflejando el mismo problema que tenemos en occidente: la tendencia a llevar al extremo las idiosincrasias de otras culturas. “Aunque no lo creas, el hombre Yemenita vive suspirando nuestra presencia. No te imaginas el control que tenemos sobre la imaginación de los hombres”, me dice coquetamente, mi virilidad insatisfecha confirmando cada una de sus palabras. “Y para que no te sorprendas, llevamos una vida social muy intensa”, me dice mientras invita a mi madre a una reunión con sus amigas, que andaba de visita en Yemen durante esos días.

Aquella tarde, mi madre se sumergió de lleno en el íntimo mundo de las mujeres por más de seis horas. Después de habernos dicho que la pasáramos a buscar a las siete de la noche, al llamarla a esa hora, nos rogó que la dejáramos “unas cuantas horitas más”. Mientras mi padre y yo andábamos como dos huérfanos por las calles de Sana’a vieja, el bullicio estrepitoso que ahogaba la voz de mi madre cuando la escuche por el celular era un excelente indicio de que la estaba pasando bien. Unas horas más tarde, mi madre llego a nuestro encuentro brotando de felicidad. Con pies y manos destellando un elaborado diseño de Henna, su rostro fulguraba de emoción como si hubiera descubierto una ciudad legendaria en medio del Amazonas. En aquel momento, antes de que mi madre abriera la boca, me di cuenta que todos los prejuicios que esta había tenido sobre el mundo de las mujeres musulmanas se habían disipado aquella tarde. “No se imaginan lo que gozamos”, nos contaba mientras caminábamos por la ciudad vieja. “Las mujeres llegaron con sus burkas y baltos, y de repente, al alzarse el camisón negro, hermosos vestidos cubrían sus cuerpos. Algunas llevaban ropa bastante provocativa”, nos decía a mi padre y a mí mientras la miraba sin aliento, con la envidia de tener más de nueve meses en Yemen y no haber podido presenciar tal visión. “Luego prendieron el radio y algunas comenzaron a bailar ‘belly dance’, algunas dominando el movimiento de sus vientres con suma destreza”, nos contaba candorosa, reubicando el mundo que había catalogado y clasificado en sus archivos mentales. “Luego encendieron carbones y sacaron las hookas, y la mayoría comenzó a fumar mientras la otra mitad sacaba las fundas de Qat. Lo más surreal de todo fue que al final, luego de haber pasado una tarde inolvidable, llena de bailes, comida, hookas, y qat, todas se volvieron a tirar el balto y la burka sobre sus vestidos, y salieron a la calle como si nada hubiera pasado”.

Debajo del camaleónico vestuario que confunde a los ingenuos, la mujer Yemenita domina múltiples esferas de poder en el ámbito social de este rincón de la península arábica. Existen decenas de reglas en los gravámenes mentales de la población que elevan a la mujer sobre el género masculino. Por ejemplo, cuando una mujer camina por la calle, es necesario que los hombres a su alrededor le den suficiente espacio para que sus cuerpos no coincidan casualmente. Esta costumbre, que le otorga a la mujer casi un metro de área en su paso por el mundo, es endorsada por casi toda la población, la mayoría de hombres corriendo aspavientados cuando un grupo de mujeres los embisten en su dirección. No han sido pocas las veces que me han puesto la mano sobre el pecho, empujándome caballerosamente para que le de paso a una mujer que viene a un brazo de distancia.

Otra costumbre, en este caso personalmente desesperante, incluye siempre dejar un ancho espacio entre hombres y mujeres en los vehículos públicos. En los carros de transporte de Sana’a, al solo tener dos hileras de asientos, los hombres y mujeres juegan un juego bastante divertido: Cuando una mujer se sienta en una hilera, los hombres tienen que dejar un asiento entre ellos y la mujer. Es por esto que cuando la hilera de hombres está llena, y hay un hombre y una mujer sentados en los extremos de la otra hilera, el vehículo no acepta mas pasajeros, a menos que uno de los hombres salga del vehículo, y el que está sentado en la hilera extrema al lado de la mujer se mude al asiento de los hombres, y así sucesivamente, haciendo del contacto entre sexos opuestos todo una odisea. Hace unos días, tuvimos una reunión general en mi pueblo, Hais. La larga mesa que alquilamos tenía justa capacidad para la cantidad de personas presentes. Hassan, uno de los Yemenitas más conservadores que conozco, se sentó a mi lado. A su diestra, una de las empleadas de la central en Sana’a tomó asiento, y ahí comenzó el dilema de Hassan. Luego de casi tirárseme arriba moviendo su silla lo más lejos posible de la fémina que se encontraba a su lado, todavía su corazón no estaba tranquilo. Su cuerpo claramente desplegaba todos los signos de una persona incómoda, como si algún elemento radioactivo estuviera calcinando sus nervios. De repente, luego de cinco minutos de muda desesperación, se disculpó de los presentes y se apareció con otra silla, lista para ponerla entre su asiento y el de la mujer. Para lograrlo, claro está, yo tuve que dejar mi puesto en la esquina de la mesa, y ocupar un lugar en el vacío, para poder otorgarle la tranquilidad que aspiraba su alma.

Detrás de sus burcas, la mujer yemenita conoce al mundo, pero el mundo no las conoce a ellas. Navegan secretamente las aguas de su género, logrando lo que la mujer occidental todavía no ha podido lograr: inculcarle el deseo de matrimonio a todos sus pretendientes. El hombre yemenita, hastiado de vivir en un mundo dominado por el calloso contacto masculino, sueña como un poeta enamorado con el día de su unión al sexo opuesto, enaltecido por las canciones de amor y de boda que suenan en la radio. Mientras tanto, las mujeres siguen riéndose debajo de sus burkas, viviendo en la libertad de su supuesto anonimato. Pero claro, “esas mujeres no conocen otra cosa”.

Friday, April 2, 2010

Revelaciones

Hais es un océano de arena a la deriva de Dios. Como el desierto, que capitula su forma a las caprichosas pretensiones del viento, las almas del Tihama viven bajo el sometimiento total de Allah. La palabra “Islam”, que literalmente significa ‘sumisión’, es el reflejo más puro del carácter musulmán. En esta entrega total de la voluntad individual, el Yemenita se afinca en su presente de manera absoluta, dejándole su futuro a los antojos de Dios, y su pasado remitido a cada oración, y a cada unión de su frente con la tierra.

Iftikhar y Hassan se acaban de casar. Desde pequeña, Iftikhar siempre estuvo sometida a la voluntad de su madre, que a su vez estaba sometida a la voluntad de su esposo, el cual siempre estuvo sometido a la voluntad de su tribu, los cuales tienen más de treinta años sometidos a la voluntad del gobierno, que a su vez es regido por el más perfecto conjunto de ideas y leyes jamás avistadas en la tierra: el Corán (según los musulmanes). Por supuesto, Iftikhar también está sometida a su religión y a una serie de tradiciones locales que dominan cada faceta de su vida. Es por esto que ella, cada vez que quiere salir de su hogar, sin importar la razón que sea, llama a su marido para pedirle permiso. Su obediencia, sumisión, y rendición total son parte esencial de su identidad. Así como el llamado a la oración interrumpe todas las actividades humanas en esta desolada provincia, la población siempre colocando a su Dios delante de todo mientras se someten cinco veces al día a su voluntad, cada persona en este poblado está sometido directa o indirectamente a otra persona.

Unas semanas atrás desayunaba con los dirigentes de una ONG en Hodeidah. Uno de los empleados, a pesar de tener treinta años, seguía soltero y sin compromisos. “En Hais tenemos la mujer perfecta para ti Morshed”, le digo con tono picaresco. “Se llama Rita, trabaja como fisioterapeuta de nuestro programa, y es una mujer hecha y derecha”, le digo mientras los demás se ríen y lo incitan a que mande su madre a visitarla. “Pues para serte sincero, no quiero una mujer que trabaje”, me dice Morshed, su rostro enseriándose mientras degusta de un pescado a las nueve de la mañana. “Mi esposa no puede trabajar. Quiero una mujer que viva para mí y sus hijos, y no piense en mas nada”, me dice mientras los demás mueven sus cabezas de arriba abajo apoyando la afirmación de Morshed. Mientras los demás siguen disfrutando su desayuno, y yo trato de no tragarme ninguna espina, la idea de la sumisión y el control vuelven a salir a flote de manera directa, como si la única manera de amar debidamente fuera sometiéndose de lleno a la idea de Dios, o en este caso, a un marido.

Aparte de ser una religión, el Islam es un sistema social y político. Contrario a sociedades como la India, que siguen íntimamente conectadas con su pasado milenario, los árabes dieron un “borrón y cuenta nueva” cuando surgió el Islam hace mil cuatrocientos años. Todas las creencias que existían antes de Mahoma son consideradas impuras, y la idea del mundo pre-islámico en tierra árabe todavía genera un temor generalizado, como si la anarquía y violencia que se vivió en aquella época siguen latiendo en la información genética de la población. “Antes del Islam, no teníamos nada”, me comenta Khaled, un profesor de inglés que apenas se puede comunicar conmigo en la lengua de su especialidad. “El Islam nos dio todas las reglas necesarias para llevar una vida sana. En el Corán está todo, desde cómo solucionar los problemas relacionados con herencias, hasta como debemos comportarnos con huéspedes como tú”, me dice calmado, mientras el Qat se diluye en su saliva dejando toda su boca teñida de verde.

Hace unos días Abdullah Yassin, fisioterapeuta principal del programa, me acompañaba a visitar unos pacientes en uno de los poblados remotos del distrito de Hais. Por todo el camino, se iba quejando de la ineptitud del gobierno, ya que según él, se han olvidado del desarrollo de su provincia, Hodeidah. “Abdullah, y porque si hay tanta gente insatisfecha no votan por alguien diferente”, le digo mientras el vehículo se adentra en la aridez profunda del desierto. “Ya el presidente ha estado en la silla por más de treinta años, así que es hora de que Yemen inicie una nueva etapa en su historia, no crees?”, pregunto provocantemente, tratando de incitarlo a que me sea sincero. “Con esta frase te lo diré todo: el Yemenita siempre elegirá algo mediocre y conocido sobre algo desconocido. Por lo menos sabemos que con Ali Abdullah Saleh podemos ver el día de mañana en un estado de relativa paz. Con otro no lo sabemos”, me comenta confiado mientras enciende un cigarrillo. “Por lo menos Ali controla a las tribus con dinero y estos se someten a su voluntad”, me dice convencido mientras su nariz exhala el humo del pitillo marca Kamaran que acaba de encender. “Entonces votaras por él en las próximas elecciones?”, le pregunto curioso. “Pues claro!” briosamente me dice mientras entramos a la casa de barro perteneciente a nuestro paciente.

Hoy, mientras degustaba de una sesión de Qat con mi equipo de trabajo, las noticias anunciaban como Estados Unidos está tratando de implementar la democracia en Iraq y Afganistán. El imperio, que quiere esparcir esta ideología a pesar de las diferencias culturales que caracterizan esta región del mundo, parece estar totalmente en la oscuridad con respecto al mundo musulmán. A pesar de que los medios de comunicación han hecho de nuestro planeta un patio, todavía seguimos ignorando la idiosincrasia de nuestros vecinos. Ya es hora de que despertemos.

Nota: Las siguientes fotos fueron tomadas durante la visita de mis padres a Yemen:


Pronto le estare sacando su pasaporte Yemenita! =P

Mi querida madre y yo

Yo y mi querido padre, tratando de convencerlo de que no se quede aqui, ya que lo estuvo pensando cuando le dijeron sobre la posiblidad de tener cuatro esposas. (No me crean....=P)....

Ricardo Delmonte adentrandose en la ciudad vieja de Sana'a, con su guia Fathya.

La esplendorosa ciudad vieja...

Monday, March 29, 2010

De Bares, Temores, y Extranjeros

“Coffee Trader” es una cafetería en Sana ‘a donde la gran mayoría de extranjeros se reúnen a beber café mientras discuten el cómo y el porqué de las circunstancias que lo han traído a Yemen. Algunos trabajan en empresas petroleras, mientras otros trabajan en compañías que le rinden servicios a estas empresas. Hay un alto porcentaje de estudiantes del idioma árabe que vienen al Medio Oriente a quejarse constantemente de la cultura, mientras otros andan fascinados por todo lo que perciben sus sentidos. Están los que trabajan en las diversas embajadas, generalmente ahogados por el sinnúmero de reglas que se balancean sobre sus espaldas. Estos pobres infelices andan desahuciados con la cultura del miedo y la prohibición, siéndoles imposible salir del perímetro de la capital, y obligados a adoptar un horario basado en la teoría del caos, todo para confundir al posible enemigo que sea capaz de hacerle daño si su horario fuera predecible. Aparte de los supuestos radicales que vienen a Yemen a recibir clases de “Terrorismo 101”, estamos los que trabajamos en ONG’s, los que han llegado al Medio Oriente “a ver qué pasa”, y aquellos que vienen tratando de descubrir las raíces de su religión. Los extranjeros viviendo en Yemen son expertos rompiendo las reglas que rigen al resto de la población. Cada quien tiene su “traficante” que le provee alcohol, y su contacto que le consigue carne de cerdo. Algunos son expertos inventándose historias para poder convivir con sus novias, el caso más histriónico siendo el de Yosef.

El Iraquí radicado en Sana’a ya tenía dos meses conociendo a una filipina que le había propuesto su habitación para poder compartir su amor mas deliberadamente. El hecho de estar frustrado por no poder llevarla a su hogar ya que su aguerrida madre le daría un ataque al corazón, y estar imposibilitado de llevarla a un hotel ya que en Yemen tienen la odiada costumbre de pedir certificados de matrimonio a todas las parejas que tratan de conseguir una habitación donde desahogar sus pasiones, Yosef decidió mudarse con su mujer, y para lograrlo hizo lo imposible. Luego de conseguir un pasaporte filipino y presentárselo al propietario del inmueble, Yosef, que podría ser el prototipo del árabe en Medio Oriente, vendió su historia y se mudó con su mujer. Luego de trabajar en las olimpiadas especiales, Yosef fue entrevistado en la televisión nacional, donde totalmente olvidó su peculiar situación, y decidió anunciarles a sus entrevistadores que era un orgulloso ciudadano Iraquí. Al terminar la entrevista, y darse cuenta de la estupidez que había cometido, corrió a su hogar, se subió al techo, y con un bate de madera destruyó las parábolas de televisión de los dueños del apartamento. “No podía arriesgar mi situación de vida akhy (hermano)”, me comentaba entre risas mientras degustábamos de un ‘caramel machiatto’ en el corazón de Sana ‘a.

Aparte de algunos establecimientos en los hoteles de lujo, reservados casi exclusivamente para saudíes multimillonarios, la población extranjera en Sana’ a solo tiene un lugar donde aliviar sus penas: El Club Ruso. Acudido por los personajes más furtivos de todo Yemen, incluyendo prostitutas somalíes y capos de Etiopía, el club Ruso es el centro espiritual de los desalmados de Sana’ a. Las luces rojas que adornan el establecimiento, y el ‘Eurotrash’ que despiden las bocinas, hacen que el lugar despida un ambiente de prostíbulo soviético, donde las carnes se unen en el ensordecedor ambiente saturado de humo de cigarrillo. Por motivos de seguridad, el establecimiento se encuentra en la denominada ‘ciudad turística’, totalmente fuera de límites para los yemenitas musulmanes. En esta zona amurallada de Sana’a conviven todos aquellos considerados ‘elementos peligrosos’, como algunos embajadores y oficiales de alto nivel, y aquellos valientes judíos yemenitas que han decidido no marcharse de su país de origen.

Aunque la población extranjera residiendo en Yemen raramente se mezcla con hombres y mujeres locales, de vez en cuando algunos valientes deciden arriesgarse. A pesar de decenas de matrimonios exitosos que se han dado entre extranjeros y Yemenitas, existen casos que sacan a flote lo peor de un país sumergido en las vigas de sus creencias. Qabi, una filipina que se aventuró a casarse con un Yemenita mientras los dos residían en Dubái, llegó a Yemen hace cinco años, locamente enamorada de su príncipe azul. Luego de cuatro años de matrimonio múltiples abusos de parte de su marido, Qabi decidió divorciarse y regresar a su país con sus dos niños. Sin poder recurrir a la ley, su esposo le incauto sus dos hijos y hasta el día de hoy solo los puede ver cuando él decide. Hace unos meses, Qabi y su ex-esposo tuvieron una discusión y este le prohibió verlos por más de tres meses. “Solo estoy esperando ganar suficiente dinero para escaparme con los dos. Ese desgraciado no ve va a ganar esta batalla”, me comenta amargamente mientras degustamos de un “Sneakers Latte” en el jardín de Coffee Trader, sus ojos rebozando la impotencia y la ira de estar atascada en un país que no reconoce sus derechos.

En estos días tuve un sueño que ejemplifica el temor que sentimos la mayoría de extranjeros que vivimos en este país con relación a las mujeres locales: Estaba en una casa enorme, donde aparentemente vivía, muy parecida a las mansiones que resguardan a los embajadores y directores de alto nivel. De repente, alguien toca la puerta desesperadamente, y cuando la abro, una mujer desvelada me saluda cariñosamente. Sin darme cuenta, nos estamos besando en medio del salón, sintiendo la presión de nuestras carnes que revientan de placer. Súbitamente, un estruendo revienta la puerta, y una tribu armada hasta los colmillos nos separa violentamente mientras trato de explicarles que la que vino a mi casa fue ella. Mientras me despierto en mi pueblo desértico, el calor derritiendo cada centímetro de piel, me doy cuenta que tengo demasiado tiempo viviendo en Yemen. En que otro lugar del mundo esos sueños no constituyen fantasía? Afganistán? Es posible.

Saturday, March 6, 2010

Boda Somali: Ilusiones y Esperanzas


Esta noche la sombra de la muerte, aquel ángel exterminador que acecha despiadadamente a Somalia, ha decidido disiparse momentáneamente para unir a dos almas exiliadas. La tierra que los ha albergado gran parte de sus vidas se ha convertido en el escenario principal del evento más memorable de su historia como pareja, irónicamente propulsando su unión mientras su tierra se fragmenta cada día más. La bandera Somalí se despliega orgullosamente sobre el mueble que guarece al matrimonio, paradójicamente representando todo lo opuesto a la realidad que yace detrás de su pacifico azul, que simboliza la paz en una nación destrozada por la violencia, y una estrella blanca que alude a las cinco tribus de Somalia unidas en armonía. Nada puede estar más lejos de la realidad. Mientras tanto, el aire está saturado de voluntades alegres que se mueven al ritmo de percusiones tradicionales. Algunas mujeres han decidido vestirse con los mismos colores de aquella bandera, la enorme estrella blanca sobre sus esperanzados pechos, y el azul del cielo encubriendo sus enérgicos cuerpos que parecen moverse con vida propia, dándole vida a cada resoplo de las tamboras, y a cada nota que se desnuda sobre la tarima.

Serán de la misma tribu? me pregunto en silencio, mientras un grupo de mujeres somalíes se sientan a mi lado. Sus esbeltas figuras, emancipadas del más mínimo rastro desmañado, se pasean imperiosamente sobre el salón, magnéticamente atrayendo todas las miradas que se derriten a su alrededor, desnudando sutilmente la represión sexual a la que estamos sujetos todos los que vivimos en Yemen. Mientras esperamos el buffet, observamos a los camareros traer decenas de platos que llegan rebozados de exquisiteces raras veces avistadas en Sana’a. Asombrosamente, el menú incluye una diversa variedad de platos, incluyendo una exuberante paella de mariscos, chivo guisado al estilo Yemenita, salpicón de mariscos, y una enorme variedad de ensaladas y postres. Mientras el cuarenta por ciento de los niños que residen en Somalia sufren de desnutrición, aquella boda sigue siendo un potente símbolo de la desigualdad económica que afecta a la gran mayoría de países subdesarrollados.

Ahmed Mahmoud se sienta a mi lado. Su estrecha figura, ancha sonrisa, y enérgico carácter complementan la nostalgia que se esconde detrás de su honesta mirada. “Gracia a Dios los americanos nos están ayudando”, me dice esperanzado mientras comienza a degustar el formidable plato que ha traído del buffet. “Aparentemente están colaborando con la milicia Somalí para recuperar a Mogadishu. Al parecer, la Inteligencia militar americana está sumamente preocupada con el nexo entre Somalia y Yemen, ya que según una nota de prensa que leí recientemente, Al-Qaeda está coordinando un programa de intercambio entre los dos países”, me dice sosegado, mientras sus ojos rebosados de optimismo revelan las verdaderas implicaciones de aquel comentario. “Y tú, cuando llegaste a Yemen?”, le pregunto curioso. “Mi familia llegó a Yemen hace 19 años. Gracias a Dios salimos de allí justamente antes de que el país entrara en la anarquía que caracteriza a toda la región. Cada día le doy gracias a Allah por la hospitalidad del pueblo Yemenita, que sin duda nos ha tratado muy bien”, me confiesa agradecido, compartiendo la percepción que tienen muchos somalíes en tierra Yemenita. “Yemen es el único país en toda la península arábica que nos permite escapar del infierno Somalí. No sé si ya sabrás, pero desde que un refugiado pisa tierra Yemenita, el gobierno lo registra y le provee una cedula de identificación firmada por la UN. Esta cedula legaliza su estadía y le permite moverse libremente por todo el país, facilitándole el acceso a la educación y a los empleos. Por eso me siento muy agradecido con este país”, me declara entre risas, mientras observamos a una gruesa mujer bailando al ritmo de las tamboras, su retaguardia convulsionando poderosamente al ritmo de la música.

“Vámonos a bailar!”, me dice Soo-Rae, una taiwanesa que coordina un programa de refugiados en Sana’a, responsable de haberme invitado a la especial ocasión. Mientras los ritmos africanos se apoderan de nuestros cuerpos, las sonrisas de los vibrantes somalíes me aseguran que lo estoy haciendo bien, probablemente fruto de la herencia africana que caracteriza mi nación caribeña. “Que viva Somalia unida”, vocea uno de los que se han perdido en la conflagración de ritmos que dominan las almas. Mientras despedimos la noche sumergidos en el trance provocado por los hipnotizantes tambores, la bandera Somalí sigue allí, destellando la paz que surge de su azul cielo, y desplegando silenciosamente la estrella que representa todo lo que Somalia sueña ser: simple y naturalmente, una tierra enjuagada en la paz que solo aquellos que han conocido las dimensiones más crueles de la experiencia humana pueden apreciar en su más intensa profundidad.

Thursday, February 25, 2010

Conversaciones con Sarah

“Lo más sublime de la vida es ese misterio que yace detrás de cada minuto, insospechable, que se desnuda incesantemente en cada palpitar, en cada sonrisa, y en cada momento que decidimos compartir nuestra felicidad, o transmitir nuestras tristezas. Aquel misterio indeleble, sagrado, persistente, nos ofrece una avenida de posibilidades que se estrecha infinitamente en el horizonte de nuestra existencia”, me decía inspirada Sarah, mientras caminábamos por los pasadizos interminables que esculpen el vacío desértico en el remoto poblado de Hays. El calor del mediodía comenzaba a escupir sus indecencias sobre nuestra ropa, haciendo brotar riachuelos de sudor que navegaban indiferentes por nuestra piel. El suelo de tierra, accidentado por las montañas de basura, balanceaba su inerte naturaleza con decenas de gatos que se entremezclaban con el plástico, los vegetales podridos, y las espinas de los pescados que teñían el ambiente de un aroma brutal. “En Yemen, ese misterio se enaltece todos los días. Detrás de las noticias de guerra, de los atentados a intereses extranjeros, de las desilusiones políticas, de un clima inaguantable, y una visión religiosa intransigente, un firmamento de creencias, tradiciones, y costumbres, la mayoría intactas desde hace milenios, hacen de Yemen un lugar imprescindible para una investigadora como yo”, comentaba con sus ojos apasionados, mientras me explicaba la razón que la había traído a este país.

“Aquí la forma de vida no ha cambiado drásticamente como en otros lugares del mundo. Fíjate como ese camello sigue siendo el principal motor para hacer aceite de ajonjolí, dando vueltas sin cesar, mientras el niño le da de comer al sustituto, que está casi empezando sus labores para que la otra bestia descanse. La relación entre ese niño y su camello pronto será historia”, me exponía, mientras su mirada se perdía en el centrifugo movimiento del animal. “Observa esa puerta antigua. Fíjate como la base es ancha y a medida que sube se va estrechando, formando una señal apuntando al cielo. Eso no es coincidencia. Si miras cualquier cosa a profundidad, te das cuenta como nada es casualidad. Todo está repleto de significado”.

De ahora en adelante, tratare de afilar mi visión. Que así sea!

Wednesday, February 17, 2010

La Cultura del Miedo y el Siglo XXI

El ser humano es un péndulo orgánico que oscila constantemente entre diversos grados de temor. Aquella descarga de cortisol y adrenalina, incremento de la atención, aceleración del corazón, y presión sanguínea alta, es un estado profundamente conocido por todos los hombres que habitan la tierra. Varios estudios han confirmado que altos niveles de cortisol en la sangre contribuyen a la obesidad, afectan el sistema inmunológico, y causa un daño irreparable al corazón. Si observamos el mundo moderno, podemos deducir que por la enorme cantidad de películas de terror producidas anualmente, por la naturaleza de las noticias que consumimos glotonamente, y por la cantidad de violencia que propagamos voluntariamente, el ser humano moderno es un adicto al temor. Al parecer, todavía necesitamos los mismos niveles de hormonas que requerían los hombres prehistóricos, que luchaban diariamente para sobrevivir los cientos de factores que mitigaban sus años en la tierra. Hoy en día, en vez de salir a luchar con animales feroces, solo necesitamos prender la televisión.

Uno de los aspectos más interesantes de esta tendencia es claramente expuesta en el lenguaje utilizado en los medios de comunicación. Si observamos a profundidad el caso de Yemen, es evidente la manipulación sintáctica llevada a cabo por los periodistas para escandalizar sus noticias, permitiéndoles incrementar los niveles de cortisol y adrenalina en la sangre de sus lectores, asegurando el éxito de su mediocre trabajo. Utilicemos el ejemplo de la palabra “anárquico”, o el término “donde no rige la ley”, o “lawless” en inglés, expresiones encontrados en la gran mayoría de artículos periodísticos cubriendo a Yemen. Cuando los lectores digieren estos términos, se llevan la impresión de que en estos lugares rige la supervivencia del más fuerte, donde los hombres tienen la libertad para consumar el ambiente con cualquier capricho que le plazca, y son libres de pisotear la vida humana a su parecer. Como por arte de magia, el organismo del lector, al imaginarse estos lugares anárquicos desalmados, descargan una leve (o no tan leve) segregación de adrenalina y cortisol, asegurando su absoluta atención hacia dichos artículos, y hasta satisfaciendo el hambre de morbo que se amedrenta en el “gracias a Dios que yo no vivo ahí!”. Aunque es cierto que el gobierno Yemenita tiene poca influencia en vastas regiones de Yemen, es una falsedad decir que en estas zonas no rige la ley. La gran mayoría de estas zonas están regidas por leyes tribales que han estado en funcionamiento por milenios, asegurando el orden y la seguridad de sus habitantes. Pero con esos imprecisos términos, el periodista le da libertad al lector para llenar los espacios vacios que proyectan sus atemorizadas mentes, muchas veces subestimando el peligro real que lo rodea, y sobreestimando el peligro que albergan aquellos exóticos lugares que alberga su imaginación.

Otro interesante aspecto de la biología del temor es el envejecimiento prematuro que provoca el cortisol. Al segregarse en la sangre constantemente, una importante hormona que previene el envejecimiento de las células inmunológicas (telomerase) es suprimido, abriéndole paso a todo tipo de enfermedades. Y así como el temor le abre la puerta a futuros martirios, multiplicando nuestras causas para seguir atemorizados, así las manipulaciones lingüísticas que distorsionan nuestra visión del mundo les abren la puerta a enfermedades ideológicas mucho más peligrosas como la xenofobia y la ignorancia. Estas condiciones a su vez propagan las guerras, los conflictos religiosos, y la agresividad general hacia todo lo que nos han hecho creer peligroso.

Mientras tanto, como fruto real de nuestra adicción, una foto que dice “hecho en Estados Unidos” con los cuerpos destrozados de varias mujeres y niños, fruto del bombardeo llevado a cabo en noche buena en la provincia de Abyan, se ha propagado viralmente en el mundo árabe-cibernético. Qué mejor que esto para seguir bombardeando cortisol y adrenalina a los miles de jóvenes musulmanes que miran iracundos estas noticias? Y claro, qué mejor noticia que el nigeriano que quiso y no pudo para darle a beber de la misma poción a los miles de futuros reclutas militares que están sedientos de venganza en los poblados norteamericanos? Que corra la sangre, queridos amigos! Así podremos sentarnos a observar las noticias y seguir saturándonos de las sustancias que tan desesperadamente buscamos. Sinceramente les pregunto, hasta donde llegará nuestro absurdo?

Revisitando Bura

Atraído por el magnetismo de su primitivo encanto, incumbrable por la simplicidad que comparten las regiones ajenas a la influencia del mundo moderno, el destino me ha colocado de nuevo en esta carretera desolada que conduce a Jabal Bura. El sol impone su presencia poderosamente mientras mi mochila de quince libras se balancea en mi espalda, anclándome en el ardiente presente que acapara toda mi atención. Luego de siete meses viviendo en la desolación del Tihama, ya acostumbrado a los espacios vacíos que se extienden infecundos en los horizontes desérticos, la vibrante naturaleza acongoja mi ser mientras camino meditativo por el fértil paisaje. Me acompaña como siempre mi fiel acólito, Hassan, que al carecer de ropa deportiva se ha vestido con zapatos de charol, pantalón de lino, una camisa de vestir, y un saco grisáceo: muestra viva de la espontaneidad del carácter Yemenita.

Nuestra excusa para volver ha sido Sarah, una exploradora perspicaz con una visión de águila, característica que le permite escudriñar las razones que yacen detrás de las tradiciones más triviales. La investigadora lleva más de veinte años indagando el origen de los lenguajes, viviendo como una peregrina en su misión por descubrir el eslabón perdido de la torre babilónica. Nacida y criada en Hong Kong, Sarah ha convivido íntimamente con numerosas tribus en su misión de vida para probar que todos los lenguajes y alfabetos surgieron de la misma fuente. Como una alquimista de nuestros tiempos, su búsqueda la ha llevado a más de setenta países, siendo prueba de esto su extensivo dominio de varios lenguajes, incluyendo el árabe y el español. Para Sarah no hay casualidades. Todo símbolo, toda figura, toda imagen, representa un universo de significados ocultos el cual es su deber descifrar. Su constante desborde de energía entremezclado con unas intensas ganas de vivir, hacen de Sarah una perfecta acompañante.

Luego de tres kilómetros compartiendo con los mandriles que se avistan por docenas en la carretera que termina drásticamente en la falda de la impetuosa montaña, nos encontramos con Saddam. El adolescente de algunos quince años ha vivido toda su vida en Mabura, uno de los 57 poblados que componen el escabroso distrito de Jabal Bura. Con su estoico carácter y servicial actitud, nos comienza a guiar por el estrecho camino que conduce a los poblados que se anidan en el tope. La enigmática vía se descubre exclusivamente bajo su liderazgo, ya que es claramente imposible seguirlo sin el conocimiento de uno de los locales. Mientras vamos subiendo, sentimos la presencia de docenas de miradas estudiando cada paso que damos. Aunque no podemos ver a nadie, la impresión no se ahoga en la aparentosa ausencia de vida.

Mientras extenuados subimos la inclinada pendiente, pausamos de vez en cuando para voltearnos a deleitarnos con el desierto del Tihama, que se extiende infinitamente hasta llegar al Mar Rojo, mezclando el azul del océano con el destellante dorado del desierto en una penetrante visión celestial. Los poblados de Jabal Bura ya comienzan a dejarse entrever. Aquella emoción que sienten los exploradores cuando descubren la musa de sus aventuras me vuelve a sutilmente invadir, evocando todos los recuerdos que amparo de mi primera visita. Como si estuviéramos entrando a una región cimentada por los dioses, Sarah me mira con ojos de cómplice, agradeciéndome en silencio por haberla llevado hasta aquel lugar.

“El Wahabismo todavía no ha penetrado estas montañas”, me comenta mientras arribamos al poblado. “El antiguo vestuario de las mujeres todavía se conserva intacto”, me expone la investigadora mientras observamos a las vigorosas mujeres trabajar en las plantaciones de Qat y café que rellenan las escalonadas pendientes de los cerros paralelos al poblado. “No te imaginas lo desastrosa que esa corriente ha sido para Yemen. Ha borrado la cultura tradicional que muchas regiones habían cultivado por milenios”, me desglosa nostálgicamente en su agónico anhelo de la sencilla vida tradicional. Mientras seguimos subiendo, acercándonos a Ruqub, la cabeza de municipio, el panorama comienza a cambiar. “Te das cuenta!”, me alerta Sarah sulfurada. “Aquí ya puedes comenzar a ver los baltos y velos. Mientras más te acercas a las carreteras se hace evidente como viajan las ideas y transforman para bien o para mal el paisaje. En este caso, el resultado es verdaderamente triste…”, me susurra tranquila, aceptando la realidad que se desglosa inmutable bajo nuestras miradas. Las mujeres de Jabal Bura han sustituido hermosos trajes negros con costuras plateadas, coronados con un monumental desglose de paños coloridos sobre sus cabezas, por el sombrío balto y el hermético velo.

El Wahabismo es una secta Islámica que ha descollado en Arabia Saudita. Sus seguidores son ortodoxos en su visión del Corán y los Hadiths (biografías del profeta Mahoma narrada por varios de sus contemporáneos), y han radicalizado su posición dentro de la religión. El movimiento surgió en un intento de purificar algunas tendencias Islamistas como el sufismo, que para los Wahabitas estaban contaminado la religión con ideas que estos consideraban enemigas del Islam. Es por ellos que Arabia Saudita es uno de los países más conservadores de todo el planeta con respeto a las mujeres, prohibiéndoles manejar y obligándolas a cubrirse el rostro. Durante los años ochenta, luego de un ataque perpetrado por los Wahabitas en Medina, Arabia Saudita, la familia real decidió darle la libertad para difundir sus ideas por toda la península arábica por miedo a ser derrocada. Yemen era el lugar perfecto para iniciar la diáspora ideológica. Al ser un país pobre, los Wahabitas abrieron miles de “madrasas” (escuelas en árabe) por todo Yemen, moldeando las mentes de varias generaciones con sus radicalismos. Es por eso que en Yemen muchos jóvenes son más conservadores que sus padres y abuelos.

Al llegar a Ruqub, nos montamos en la cama de una vieja camioneta y zarpamos colina abajo. Mientras observaba el despampanante paisaje que se revelaba intacto detrás del viento que golpeaba mi rostro, un pensamiento me seguía embrujando: Que tan libre es el ser humano cuando en realidad es tan fácil de moldear? Y claro, la respuesta era clara: Porque es más fácil ser un seguidor que un pensador.



Mujer de Bura vistiendo el traje tradicional, casi extinto por la influencia del Wahabismo.


Septagenaria de Bura


Emblematica foto de la influencia del Wahabismo en estas cordilleras. La chica de la derecha todavia viste el traje tradicional de Bura, mientras las otras dos ya estan influenciadas por la tendencias conservadoras modernas.




Este es un lagarto muy especial


Las montanas escalonadas de Bura repletas de cafe y de Qat. Estos escalones son el fruto de cientos de anos de trabajo.


Mabura, anidada en el tope del cielo. Como me dijo Sarah, "aqui tenemos que mirar hacia abajo para ver las estrellas".


Pobladores posando


La Infancia de Bura