Tuesday, January 4, 2011

De Tiempos, Ideas, y Santos

El tiempo se desliza sin advertir el hecho de que jamás regresará. Solo nos quedamos con las migajas de lo que vamos dejando atrás: los encuentros con almas afines, los breves momentos en que nos sentimos en unión con el universo, aquellas estelas de libertad que dejan nuestro corazón enamorado, y sobre todo, con aquellas personas que compartimos, con las que nos reímos, con las que lloramos, y con las que crecimos. Como náufragos en el mar del amor, vamos sumergiéndonos de lleno en los minutos vividos, añorando los vestigios del pasado, y con la esperanza de que el futuro nos conduzca a nuestra esencia. En el proceso de crecimiento, dejamos de identificarnos con lo pasajero y con lo absurdo, y la sed de algo inmutable se acrecienta con el devenir de la degradación de nuestros cuerpos. Allí comienza la búsqueda de Dios, cuando el hombre llega a la realización de que nada externo logrará satisfacerlo. En esta barcaza de pueblo, donde los hombres navegan en la incertidumbre del mañana, aquella búsqueda de Dios se traduce en el eco que resuena desde la mezquita local, y en las frentes marcadas con la dureza del asfalto. La carencia material se diluye en una fe inquebrantable que intensifica la generosidad, la solidaridad, y la esperanza de que Allah proveerá siempre, a pesar de toda la escasez que se atestigua día a día.

Hoy, un horno gigante se ha tragado a Hais. Dentro de él, nos encontramos todos combatiendo con la arena, como un ejército de hormigas luchando contra elefantes. La mezcla del calor, seco y cortante, con el mortífero viento, hacen del poblado desértico una pesadilla dorada. Por los escondrijos de mis ventanas la arena es imparable, cubriéndolo todo con su quimera grisácea. Ajenos a lo obvio, los vendedores de Qat siguen allí, valientemente enfrentando cada ráfaga con orgullo y determinación, como si nada en el mundo fuera capaz de prevenir su próxima venta. Observándolos con admiración, decido enfrentar la opresión natural para asistir a la boda de mi amigo Yosef. Salgo con ojos achinados y me dirijo hacia los briosos vendedores. Compro una pequeña porción de la hoja, me monto en el motor, y me dirijo hacia la fiesta. “Ila al Arruz Yosef, Fadlak” (Hacia la boda de Yosef, por favor)”. Unos minutos después, entro al salón cubierto de almohadones donde yacen alrededor de quinientos hombres, todos con las bocas repletas de la hoja sagrada. Mientras me acomodo entre Abdullah y Bakil, los músicos comienzan a tocar las melodías típicas de la región de Hodeidah, una sinfonía de sonidos arabescos acompañados de tamboras africanas. Mientras nos deslizamos por entre las corrientes melancólicas del Qat, que sutilmente bailan sobre los encandilados ritmos locales, me comienzo a preguntar cuales son las características que necesita un pueblo para arroparse totalmente en las edificaciones de sus creencias? Porque es que algunas sociedades son más propensas que otras a la hora de adoptar cánones religiosos encargados de regular la vida de sus integrantes? O sin saberlo, tal vez todos somos presas de alguna mentalidad particular que dirige nuestras vidas sin que lo sepamos?

Mientras duelo en estos pensamientos que se esfuman con el pasar de los minutos, Abdullah me hace una historia que enaltece el poder de los ismos que nos dominan. “Abu Taleb siempre había soñado con ir a la Meca. Siendo un hombre sumamente religioso, se había pasado la vida capitulándose en los 4 pilares del Islam. Solo le faltaba la última gran prueba: la peregrinación al hogar de Allah. Luego de muchos años ahorrando, y con la reciente muerte de su esposa, Abu Taleb sentía el llamado. Llamó a sus siete hijos y le comunicó sus planes, y comenzó hacer los preparativos necesarios para el largo viaje. Una semana después, con mil dólares en mano, Abu Taleb subía las escaleras del autobús que lo llevaría desde su poblado natal, Hais, hacia el lugar más sagrado de la religión Islámica, la Meca. Varios familiares y amigos lo acompañaban en esta crucial travesía, sumamente simbólica en la vida de todo musulmán. Mientras se acomodaba en su asiento, Abu Taleb comenzó a sentir la presencia de un amor imponderable. Aquella abrumadora sensación comenzó a apoderarse de todos sus sentidos, como si una fuerza universal lo hubiera escogido para manifestar su magnificencia. Mientras el autobús se detenía en el pueblo de Husseynia para permitirles a los pasajeros desayunar, Abu Taleb quedó hipnotizado con una madre y su niño, que con pies descalzos escudriñaban comida en el vertedero local. Aquella fuerza que lo había sobrecogido lo impulsó a bajarse del autobús, sacar todo el dinero que tenía planeado para el viaje, y dárselo todo a aquellas dos criaturas que por caprichos del destino habían tenido que recurrir a tales medidas para sobrevivir. Sin decirle a nadie, Abu Taleb utilizó el menudo que le quedaba en su bolsillo izquierdo para dirigirse de nuevo a su pueblo natal. Al llegar allí, entro a su habitación y un pesado sueño se apodero de su cuerpo.

Una semana después, mientras los peregrinos de Hais regresaban de la Meca, Abu Taleb se levantó de su largo ensueño. Mientras los peregrinos bajaban del autobús, Abu Taleb escuchaba su nombre siendo repetido constantemente desde la calurosa recepción que se había formado frente al vehículo: “Desde que llegamos a la Meca, la cabeza de Abu Taleb comenzó a disipar una luz blanca que fue rápidamente vista por los imames principales de la ciudad bendita. Por esto, fue elegido para dirigir en oración a los miles de peregrinos que se encontraban junto a nosotros. Abu Taleb es un santo!”, relataba Mohammed, uno de sus íntimos amigos. Mientras relataban las historias milagrosas realizadas por el sencillo hombre que había decidido devolverse a una hora de su pueblo natal, Abu Taleb comenzó a rememorar el largo sueño que había tenido durante la extraña semana que había pasado dentro de su habitación. Aquellas historias eran exactamente iguales a las visiones que había tenido desde su habitación en Hais, y en aquel momento, Abu Taleb se desplomó y murió en frente de todos sus seguidores.

Mientras Abdullah se seca las lagrimas, termina su historia concluyendo: “Hoy, Hais considera a Abu Taleb como uno de sus santos”. Los ritmos de la boda incrementan de volumen, y los quinientos hombres se embarcan en silencio mientras sus mentes se funden con el espíritu del Qat. En aquel momento, llego a la realización de que todos somos presas de alguna forma de pensar: Desde el Islamismo al Cristianismo, hasta el hedonismo y egoísmo, al final, lo único que nos separa son los frutos de nuestros ismos: Y en cada religión y en cada actitud, yacen un millón de posibilidades.

4 comments:

  1. ¿Qué tal Alan?
    Me gusto tu blog por las experiencias que relatas.
    A mí me atrae el mundo árabe.
    Mi sueño es que un día todos seamos uno, que no haya divisiones de ninguna clase.
    Voy a poner un enlace en el mío.
    ¿Cual es tu país de origen?
    Besos.

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  2. WAO!
    Conmovedor.
    Sin palabras.

    Un abrazo.

    Pachy

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  3. Saludos, Alan.

    Llegue a tu blog gracias al articulo publicado en diario Libre el pasado Sabado.

    Queria ponerme en contacto contigo para intercambiar ideas sobre mi propio proyecto: http://dominicanoenbangladesh.blogspot.com, que culminara hace casi dos anos, pero que aun tengo ideas similares a las tuyas.

    Como nos podemos comunicar?

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  4. Uff.. buenisimo... ya te dije, soy fan de tus escritos.. son casi tan intensos como debe haber sido la experiencia misma..
    stas seguro que elegiste la profesion correcta? jaja
    abrazos Ali! ;)

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