Wednesday, February 17, 2010

Revisitando Bura

Atraído por el magnetismo de su primitivo encanto, incumbrable por la simplicidad que comparten las regiones ajenas a la influencia del mundo moderno, el destino me ha colocado de nuevo en esta carretera desolada que conduce a Jabal Bura. El sol impone su presencia poderosamente mientras mi mochila de quince libras se balancea en mi espalda, anclándome en el ardiente presente que acapara toda mi atención. Luego de siete meses viviendo en la desolación del Tihama, ya acostumbrado a los espacios vacíos que se extienden infecundos en los horizontes desérticos, la vibrante naturaleza acongoja mi ser mientras camino meditativo por el fértil paisaje. Me acompaña como siempre mi fiel acólito, Hassan, que al carecer de ropa deportiva se ha vestido con zapatos de charol, pantalón de lino, una camisa de vestir, y un saco grisáceo: muestra viva de la espontaneidad del carácter Yemenita.

Nuestra excusa para volver ha sido Sarah, una exploradora perspicaz con una visión de águila, característica que le permite escudriñar las razones que yacen detrás de las tradiciones más triviales. La investigadora lleva más de veinte años indagando el origen de los lenguajes, viviendo como una peregrina en su misión por descubrir el eslabón perdido de la torre babilónica. Nacida y criada en Hong Kong, Sarah ha convivido íntimamente con numerosas tribus en su misión de vida para probar que todos los lenguajes y alfabetos surgieron de la misma fuente. Como una alquimista de nuestros tiempos, su búsqueda la ha llevado a más de setenta países, siendo prueba de esto su extensivo dominio de varios lenguajes, incluyendo el árabe y el español. Para Sarah no hay casualidades. Todo símbolo, toda figura, toda imagen, representa un universo de significados ocultos el cual es su deber descifrar. Su constante desborde de energía entremezclado con unas intensas ganas de vivir, hacen de Sarah una perfecta acompañante.

Luego de tres kilómetros compartiendo con los mandriles que se avistan por docenas en la carretera que termina drásticamente en la falda de la impetuosa montaña, nos encontramos con Saddam. El adolescente de algunos quince años ha vivido toda su vida en Mabura, uno de los 57 poblados que componen el escabroso distrito de Jabal Bura. Con su estoico carácter y servicial actitud, nos comienza a guiar por el estrecho camino que conduce a los poblados que se anidan en el tope. La enigmática vía se descubre exclusivamente bajo su liderazgo, ya que es claramente imposible seguirlo sin el conocimiento de uno de los locales. Mientras vamos subiendo, sentimos la presencia de docenas de miradas estudiando cada paso que damos. Aunque no podemos ver a nadie, la impresión no se ahoga en la aparentosa ausencia de vida.

Mientras extenuados subimos la inclinada pendiente, pausamos de vez en cuando para voltearnos a deleitarnos con el desierto del Tihama, que se extiende infinitamente hasta llegar al Mar Rojo, mezclando el azul del océano con el destellante dorado del desierto en una penetrante visión celestial. Los poblados de Jabal Bura ya comienzan a dejarse entrever. Aquella emoción que sienten los exploradores cuando descubren la musa de sus aventuras me vuelve a sutilmente invadir, evocando todos los recuerdos que amparo de mi primera visita. Como si estuviéramos entrando a una región cimentada por los dioses, Sarah me mira con ojos de cómplice, agradeciéndome en silencio por haberla llevado hasta aquel lugar.

“El Wahabismo todavía no ha penetrado estas montañas”, me comenta mientras arribamos al poblado. “El antiguo vestuario de las mujeres todavía se conserva intacto”, me expone la investigadora mientras observamos a las vigorosas mujeres trabajar en las plantaciones de Qat y café que rellenan las escalonadas pendientes de los cerros paralelos al poblado. “No te imaginas lo desastrosa que esa corriente ha sido para Yemen. Ha borrado la cultura tradicional que muchas regiones habían cultivado por milenios”, me desglosa nostálgicamente en su agónico anhelo de la sencilla vida tradicional. Mientras seguimos subiendo, acercándonos a Ruqub, la cabeza de municipio, el panorama comienza a cambiar. “Te das cuenta!”, me alerta Sarah sulfurada. “Aquí ya puedes comenzar a ver los baltos y velos. Mientras más te acercas a las carreteras se hace evidente como viajan las ideas y transforman para bien o para mal el paisaje. En este caso, el resultado es verdaderamente triste…”, me susurra tranquila, aceptando la realidad que se desglosa inmutable bajo nuestras miradas. Las mujeres de Jabal Bura han sustituido hermosos trajes negros con costuras plateadas, coronados con un monumental desglose de paños coloridos sobre sus cabezas, por el sombrío balto y el hermético velo.

El Wahabismo es una secta Islámica que ha descollado en Arabia Saudita. Sus seguidores son ortodoxos en su visión del Corán y los Hadiths (biografías del profeta Mahoma narrada por varios de sus contemporáneos), y han radicalizado su posición dentro de la religión. El movimiento surgió en un intento de purificar algunas tendencias Islamistas como el sufismo, que para los Wahabitas estaban contaminado la religión con ideas que estos consideraban enemigas del Islam. Es por ellos que Arabia Saudita es uno de los países más conservadores de todo el planeta con respeto a las mujeres, prohibiéndoles manejar y obligándolas a cubrirse el rostro. Durante los años ochenta, luego de un ataque perpetrado por los Wahabitas en Medina, Arabia Saudita, la familia real decidió darle la libertad para difundir sus ideas por toda la península arábica por miedo a ser derrocada. Yemen era el lugar perfecto para iniciar la diáspora ideológica. Al ser un país pobre, los Wahabitas abrieron miles de “madrasas” (escuelas en árabe) por todo Yemen, moldeando las mentes de varias generaciones con sus radicalismos. Es por eso que en Yemen muchos jóvenes son más conservadores que sus padres y abuelos.

Al llegar a Ruqub, nos montamos en la cama de una vieja camioneta y zarpamos colina abajo. Mientras observaba el despampanante paisaje que se revelaba intacto detrás del viento que golpeaba mi rostro, un pensamiento me seguía embrujando: Que tan libre es el ser humano cuando en realidad es tan fácil de moldear? Y claro, la respuesta era clara: Porque es más fácil ser un seguidor que un pensador.



Mujer de Bura vistiendo el traje tradicional, casi extinto por la influencia del Wahabismo.


Septagenaria de Bura


Emblematica foto de la influencia del Wahabismo en estas cordilleras. La chica de la derecha todavia viste el traje tradicional de Bura, mientras las otras dos ya estan influenciadas por la tendencias conservadoras modernas.




Este es un lagarto muy especial


Las montanas escalonadas de Bura repletas de cafe y de Qat. Estos escalones son el fruto de cientos de anos de trabajo.


Mabura, anidada en el tope del cielo. Como me dijo Sarah, "aqui tenemos que mirar hacia abajo para ver las estrellas".


Pobladores posando


La Infancia de Bura

4 comments:

  1. Alan, no sabia que en yemen existia una ciudad tan especial. Fabulosa tu narracion, fabulosa!!!!

    Carolina

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  2. Hasta ahora había pensado que el velo negro y la toga negra eran la tradición eterna de Yemen para las mujeres. Me sorprende que sea un cambio de la "modernidad" islámica. Tu talento para la narración es impresionante. Te sigo siempre.

    Dianelva Mejia.

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  3. i wanna look down at the stars!
    <3

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  4. Este blog es una joya. Pensé que conocía todo acerca de los trajes yemeníes hasta que llegue aquí.
    Entrar acá es como entrar a la cueva de Ali Baba.
    Saludos

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