Kharaz es un gemido en la oscuridad. Un brote de ansiedad que emana como un volcán de las entrañas de una nación destrozada. Un purgatorio en la tierra, hecho de las ilusiones y esperanzas de miles de almas en busca de paz. Llegar allí no fue tarea fácil. Con una escolta militar guiando la procesión de vehículos, atravesamos el desierto con las esperanzas de que no fuéramos interceptados por ninguna tribu furiosa. Aunque nunca le han hecho daño a nadie, generalmente las tribus Yemenitas aledañas a Kharaz interceptan los vehículos para negociar con el gobierno. Tuvimos suerte. Llegamos sanos y salvos. Kharaz se levanta en medio de aquel inhóspito paisaje simbólicamente expresando la fortaleza de sus habitantes. Algunos llevan años allí, a la espera de que alguna nación se apiade de ellos. Otros acaban de llegar. Sus miradas cansadas reflejan los interminables días en que arriesgaron sus vidas caminando en el desierto, navegando las traicioneras aguas del Mar Rojo, y superando el hambre, la sed, y el calor. La frágil raíz que une al ser humano a su tierra natal aquí se ha evaporado entre el humo que han dejado atrás las granadas, los lanza cohetes, y las balas a los que la mayoría han sido expuestos. Algunos llevan pedazos de metal dentro de sí. “Tócame el pecho Alan”, me susurra Abdulbakir, un refugiado que tiene años a la deriva en Kharaz. “Siente la bala que tengo incrustada al lado de mi corazón”. Mientras me toma la mano y me la pone sobre la dureza metálica que adorna su coraje, me confiesa que toda su familia fue asesinada. “Me dejaron por muerto. Cuando me levante vi todos los cuerpos, incluyendo el de mis hijas”. Kharaz es un cementerio de trágicas historias, que como la de Abdulbakir yacen enterradas en las pesadillas de sus habitantes, que de vez en cuando vomitan sus historias de terror para compartir su dolor con el mundo. El pueblo Somalí tiene 19 años sin gobierno. Su gente ha perdido la esperanza. La guerra reina las calles de la capital y aterroriza la vida pacífica de las zonas rurales. Aunque varios países han nacionalizado y tomado consigo grandes grupos de Somalíes, nadie se ha atrevido a meterse en aquella tierra. La nación más poderosa del mundo una vez lo intento, y diecisiete militares fueron acribillados en las calles de Mogadishu. Luego de este incidente, decidieron dejarle la pesadilla a los oriundos. Mientras tanto, cuatro millones de Somalíes siguen a la deriva. Cuando se acabara la pesadilla? Me pregunto, mientras las carpas de Kharaz me dan el último adiós. Mientras nos alejamos del campamento, solo me acuerdo de una frase que se me quedo incrustada como la bala de Abdulbakir, en medio del corazón: “Solo nosotros podemos terminar esta locura. Pero ya no sé quiénes somos”.
Tuesday, September 8, 2009
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