Cinco de la mañana. Pegajoso, sucio, desvelado. La arena se siente en la boca, en la frente, en cada rincón del cuerpo. La oscuridad no invita el fresco. Todo lo contrario, la oscuridad invita más calor. Mientras observo mi incomodidad, trato de no identificarme con ella.
Así ha transcurrido mi primera noche en Hais. Como si el desierto hubiera vomitado este pueblo desde lo más profundo de sus entrañas, y en ese proceso, yo estar allí, ingenuamente esperando en los labios del dragón. El sol ya comienza a revelarse tras las nubes. La noche ha sido, y yo no fui con ella. Los habitantes de Hais ya comienzan su jornada. Se oyen las cabras, los camiones, el zumbido del polvo. Mientras los espíritus del Tihama empiezan su jornada, ajenos, indiferentes a la condición del desierto, yo los coloco en el más alto peldaño de admiración. Parece como si la inmutabilidad del paisaje se quedo reflejada en sus almas, y ya nada les puede hacer daño.
Ya el sol ha regresado. No hay donde esconderse. Lo único que es posible es tratar de humildemente adaptarse a los caprichos de esta tierra que jamás ofrece sorpresas. La condición es clara: el calor sofocante solo sabe regresar, y el olor a carne cansada vuelve a invadir cabalga en cada grano de arena. No me puedo imaginar lo que es estar discapacitado en esta región del mundo.
Así ha transcurrido mi primera noche en Hais. Como si el desierto hubiera vomitado este pueblo desde lo más profundo de sus entrañas, y en ese proceso, yo estar allí, ingenuamente esperando en los labios del dragón. El sol ya comienza a revelarse tras las nubes. La noche ha sido, y yo no fui con ella. Los habitantes de Hais ya comienzan su jornada. Se oyen las cabras, los camiones, el zumbido del polvo. Mientras los espíritus del Tihama empiezan su jornada, ajenos, indiferentes a la condición del desierto, yo los coloco en el más alto peldaño de admiración. Parece como si la inmutabilidad del paisaje se quedo reflejada en sus almas, y ya nada les puede hacer daño.
Ya el sol ha regresado. No hay donde esconderse. Lo único que es posible es tratar de humildemente adaptarse a los caprichos de esta tierra que jamás ofrece sorpresas. La condición es clara: el calor sofocante solo sabe regresar, y el olor a carne cansada vuelve a invadir cabalga en cada grano de arena. No me puedo imaginar lo que es estar discapacitado en esta región del mundo.
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