Hay un ritmo, una cadencia, un letargo en la manera en que se mueven las almas, como si de repente todo hubiera desaparecido y solo quedara ese individuo cruzando la calle, ajeno a las decenas de carros que esperan que su cuerpo avance para ellos poder cruzar. Tal vez es la manera en que todos usan las bocinas, no como un sistema de alerta, pero como si estuvieran allí para anunciarle al mundo “!!YO EXISTO!!””, o tal vez para unirse al festival de bocinas que conjuntamente hacen de Sana’ a un carnaval Fellinesco. O quizás sea la forma en que los hombres andan agarrados de manos, dedos entrecruzados, tribalmente demostrando que no están solos en el mundo. Es posible que sea el calor, o los cientos de años luchando por los pocos recursos naturales, o las 50 millones de armas largas (esto es un hecho) que rondan por cada rincón. Es probable que todo se deba a la ausencia del género femenino, todos deseando a la misma vez que todas las mujeres excepto mi madre y mi hermana se quiten de una vez por todas esos mantos negros que previene que mis pupilas se ensanchen. Cualquiera que sea la razón de que Yemen sea un mar de testosterona, cojones, y anarquía, navegando lentamente sobre un paisaje inmutable, la vida aquí es un continuo “corazón en la boca”, como si el vivir en el borde fuera la única forma de ser y sobrevivir.
Hoy he perdido mi vuelo a Hodeidah ya que el director se quedo en los brazos de Morfeo, y mi llamada a las 5 de la mañana finalmente lo saco de su dulce estado. Tratamos de llegar al aeropuerto lo más pronto posible, algo que generalmente significa tirarse de la ventana y montarse en un carro en movimiento para finalmente recibir la triste noticia de que el avión ya está en la pista y nada se puede hacer. Parece que el desierto me está dando chances para que cuando llegue no lo insulte quejándome de su aspereza y su impiedad.
Ayer tuve una gran conversación con una de mis mejores “amigas” Yemenitas, un término que en Yemen podríamos redefinir como una tensa, afectuosa, y paranoica relación entre un hombre y una mujer. Abeer debe tener de 22 a 25 anos, y mediante la pulgada desvelada que descubre sus ojos, hemos podido establecer una pequeña amistad, más que nada nacida de la curiosidad de explorar mediante las experiencias de otro, lo que se esconde del otro lado del mundo. Por esta pulgada descubierta, Abeer, y la gran mayoría de mujeres Yemenitas, se ven forzadas a expresar su alegría, sus temores, sus sueños, y la esperanza de un futuro mejor. Es por esto que los ojos de las mujeres en este rincón olvidado de Arabia parecen tener vida propia, como si hubieran aprendido luego de siglos de ser la única ventana al mundo, a decirlo todo sin necesidad de hablar; como si las miradas fueran teatrales, como si pudieran filmar películas mudas, solo balanceando todas las emociones en un abrir y cerrar de ojos.
En nuestra conversación, Abeer me contaba del pesado universo de regulaciones, tradiciones, y costumbres que la mujer en Yemen tiene que soportar. Después de ser la prometida de un joven llamado Ahmed, decidió dejarlo (un privilegio que solo tienen algunas chicas provenientes de la capital, generalmente provenientes de familias cultas y adineradas) ya que su familia le cohibía su libertad, y se sentía como una pajarita enjaulada entre todas las mentes de los parientes de Ahmed. Me dijo que muchas de sus amigas están presas en familias similares, y que ella ahora tiene miedo de volverse a comprometer, ya que en muchos casos las apariencias modernas pueden esconder más tribulaciones que aquellas “tradicionales”. Su generación, que ha sido ligeramente influenciada por las tendencias liberales provenientes de Occidente, día a día batalla con algunas de las expectativas sociales que todavía siguen muy prevalentes en Yemen. Es por esto que Abeer sigue soltera, en un país donde ensenar públicamente más que solo los dos ojos, se considera un acto imprudente. Luego de oír su caso, solo veo dos maneras de afrentar la situación: una revolución femenina en todo el mundo árabe, o simplemente resignarse y tratar de adaptarse a la situación como lo han hecho las mujeres por cientos de años.
Saturday, August 1, 2009
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
This comment has been removed by the author.
ReplyDeleteEsto es una verdadera pena, las mujeres no tienen libre albedrio. Muchas veces me imagino vivir en un pais como ese o a lo mejor con un macho y me veo tan triste peor igual (creo)que obedeciendo!
ReplyDeletewow! me acuerdo un poco a una pelicula que vimos en un cine Argentino de Darin, "El secreto de tus ojos" el poder de la mirada bro, wow!
ReplyDeleteEmigrar es una opcion...ahora, una pregunta: No se supone que le imponen el marido y "sian-se-acabo"?
ReplyDelete